-¿Qué?: (me resulta incluso ridículo tratar de contar un argumento que, en el fondo, es inexistente. Vedla, montaos en la limusina de Monsieur Oscar, y lo sabréis. Es todo lo que puedo decir)
-¿Cuándo?: Ayer martes 20.
-¿Dónde?: En los Cines Princesa.
-¿Por qué?: Es una de las películas más importantes del momento dentro de los circuitos cinéfilos por su éxito en su paso por diversos festivales, y a la vez, una de las más polémicas por los amores y odios que despierta. Así las cosas, era de visión obligatoria para poder tener una opinión personal al respecto.
– Merece la pena porque… es una de las experiencias cinematográficas más sensoriales que se hayan podido ver en años. Resulta casi imposible analizar “Holy Motors” del mismo modo que se hace con la mayoría de las películas, ya que se trata más bien de un ensayo visual enormemente complicado de traducir en palabras. Por suerte, no sólo da pie a deleitarse (o irritarse) visionándola, sino también escribiendo sobre ella. Por un lado, una locura y una fumada excéntrica y excesiva. Por otro, un bellísimo y reflexivo canto de amor al cine como espejo del mundo. Por la fina línea que hay entre lo digno y lo grotesco hace equilibrismos la nueva película del rompedor cineasta francés Leos Carax, 13 años después de su último trabajo, que es como un bofetón en la cara de esos espectadores de ojos cerrados, tal vez dormidos, tal vez soñando, tal vez hastiados de estar en una sala de cine viendo más de lo mismo. Carax se rebela contra cualquier tipo de convencionalismo y construye todo un imaginario en torno al oficio de actor como metáfora del gran teatro que es el mundo, de la artificiosidad de la vida. Se podría decir que “Holy Motors” está tejida con retazos, hecha a base de sketches que no sólo nos muestran el momento de la performance, sino lo que hay detrás. De este modo, la ficción y la realidad se entremezclan en un conjunto indisoluble (de ahí la dificultad para un actor completamente entregado de abandonar y salir de su rol) en el que es muy difícil diferenciarlas.
“Holy Motors” es una película corporal y viva, que se siente, más que por lo que nos cuenta, interesante pero confuso y poco accesible, por su acabado formal. La música, tanto la selección de temas como la original de Neil Hannon, o la espectacular fotografía de Yves Cape y Caroline Champetier, que va desde un París tan hermoso como desencantado y melancólico hasta la psicodelia lumínica y colorista de “2001. Una odisea del espacio” (2001. A Space Odyssey, 1968), invitan a dejarse llevar por esta extraña y demente peripecia. Sin embargo, la radicalidad de lo propuesto por Carax es a veces tal, que no puede (ni parece que quiera) evitar caer en lo ridículo (ese punto y final a mi parecer totalmente innecesario). Es así una película plagada de altibajos, de momentos que te sacuden y te incomodan, que te sacan y te meten en la película.
Por encima de todo se alza un inconmensurable Denis Lavant, que hace un viaje en el que pasa por todas las etapas de la carrera de un actor en sólo dos horas. Un trabajo intensamente exhaustivo en el que el intérprete muda de espíritu en cada momento, muere, renace y se renueva, y se enfrenta consigo mismo y con sus distintas personalidades. Para quitarse el sombrero, no hay más. El resto de los actores (Kylie Minogue, Michel Piccoli, Eva Mendes) representan conceptos universales más que personajes individualizados. Destaca especialmente la presencia de Edith Scob como referencial homenaje a Georges Franju, misteriosa y perturbadora, casi una computadora sin personalidad ni rostro, una suerte de Hal 9000 (volvemos a Kubrick) encargada de manejar las funciones de esa nave que es la limusina.
– El momento: cualquiera de los momentos musicales son los que más me gustaron, desde ese loco andando por el cementerio de Père-Lachaise al de la última actuación del protagonista, pasando por ese bellísimo y romántico momento con Kylie Minogue, el más bonito posiblemente de la película. Pero personalmente me quedo con el maravilloso Entreacto, que tiene una fuerza poderosísima. A continuación lo dejo para quien quiera comprobarlo o recordarlo.
– La frase: On a vingt minutes pour rattraper vingt ans.
– Conclusión: “Holy motors” es una radiografía del cine, mostrando sus engranajes, viajando por su interior para llegar al alma, a la esencia intrínseca del medio. Bebe, se alimenta y se desarrolla a través de toda la tradición cinematográfica anterior, para luego burlarse de ella, romperla y volver a construirla. Es así una obra entre cubista, surrealista, dadaísta y abstracta. No está destinada a todo el mundo, hay que verla con una mentalidad muy abierta y dejando prácticamente todo lo aprendido y consumido sobre cine durante años fuera de la sala. No digo que sea fácil, ni absolutamente disfrutable, pero desde luego, es radicalmente diferente a todo lo que hemos visto hasta ahora, y sólo por eso ya se merece su status de película de culto.
Me ha encantado tu análisis de Holy Motors. A mí ha sido una de las películas que más me ha hecho pensar y que me ha sugerido un montón de cosas. Incita a escribir y mucho. Es una película que es prácticamente imposible que te deje indiferente.
Me ha llamado mucho la atención tu percepción sobre el personaje de Céline, la conductora de la limusina. Muy interesante. A mí el personaje me atrajo profundamente… y me pareció de los más misteriosos pero a la vez con mucho encanto.
El entreacto tiene, efectivamente, una fuerza brutal.
Besos
Hildy
Hola Sofi!! Qué pasada ese trozo de los acordeones!!! Parece super interesante esta peli, me parece que me vas a tener que poner unas cuantas pelis cuando vuelva!! Muacs!
Pingback: Las inocentes (Les innocentes, 2016) | La película del día