Reseña de Andrea Dorantes
“¡Sí al perdón! ¡Sí al olvido!”
Carne de perro, de Fernando Guzzoni.
Carne de perro es el retrato del torturador que después de la dictadura es torturado por la sociedad. Alejandro vive con el latido constante de la culpa, intenta lavarse las manos y no puede, intenta lavarse a sí mismo y no puede: la suciedad está por dentro. Alejandro guarda sus galones de la era de Pinochet bajo la cama, enterrados. El aire le asfixia, de nuevo se moja la cara, intenta respirar. La película transcurre en un silencio que es el mismo que rige su vida: abandonado por su mujer e hija, repudiado por la sociedad, está solo y debe cargar el peso de toda la violencia que cometió en el pasado, toda esa violencia que sigue enterrada y de vez en cuando aflora como una reminiscencia del pasado. Él vive atropelladamente en el presente, siendo en realidad parte del pasado de su país, Chile, como lo hacían los personajes en Lucía de Niles Atallah, que estaban en medio de ese tira y afloja que supone la modernización imparable del país. Un cartel reza “¿Conoce su vía de escape?”. No, él no la conoce. Por eso se sumerge poco a poco, paso a paso, como lo hicieron Virginia Woolf o Ofelia, dejándose ir lentamente.
Fernando Guzzoni lleva a la perfección este tema tan delicado y tan presente hoy en día para la mayoría de los chilenos, incluso llegando a plantear dudas como las plantearía Hannah Arendt en Informe sobre la banalidad del mal: ¿De veras es él el único culpable de sus actos? ¿No es un ser humano más que comete errores y sigue órdenes? Aun habiendo sido un torturador, ¿de veras merece Alejandro una carga tal de por vida? ¿Dónde acaba el ojo por ojo?
Carne de perro es una película aparentemente sencilla pero que a la manera del último cine latinoamericano, hace uso de un personaje para hacer referencia a muchas otras personas e historias, y que encierra en sí montones de cuestiones éticas que nos dejarán a más de uno reflexionando al salir de la sala.