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Críticas de cine y cobertura de festivales

Kon-Tiki (2012)

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En 1950 ganó el Oscar el documental noruego Kon-Tiki, que narraba en primera persona la travesía que 3 años antes llevó a cabo el explorador Thor Heyedahl para demostrar que los peruanos habían sido los primeros pobladores de Polinesia, no los asiáticos, como se venía creyendo, teoría que durante 10 años había intentando sin éxito que aprobara la comunidad científica. De modo que finalmente decidió echarse a la mar para recorrer 8000 kilómetros en una balsa muy similar a la que habrían utilizado los indígenas. Una particular odisea no falta de peligros que, 62 años después, presentaba su versión ficcionada homónima, Kon-Tiki. Se trata de la producción noruega más cara hasta la fecha y, fue una de las últimas cinco nominadas al Oscar a la mejor película de habla no inglesa.

foto-kon-tiki-4-555Kon-Tiki nos retrotrae inevitablemente en bastantes ocasiones a otra candidata (y ganadora) de su misma edición de los Oscar, La vida de Pi de Ang Lee. Pero mientras técnicamente comparten similitudes (si bien la de Ang Lee es algo más espectacular, ambas son casi igual de llamativas visualmente), se diferencian en un aspecto fundamental: su ideología. En ambas se trata el tema de la fe, pero de maneras opuestas: en la de Ang Lee se trataba desde un punto de vista más religioso, la existencia o no de Dios, mientras que Kon-Tiki es más humanista, habla de la fe en lo que uno cree, de la fuerza de voluntad, del poder de la ciencia y su experimentación práctica.

El equipo de directores Joachim Rønning y Espen Sandberg, que serán los flamantes artífices de la quinta entrega de la saga de Piratas del Caribe, se manejan de forma admirable entre el clasicismo y las emocionantes imágenes de aventuras, como la del ataque de los tiburones, cargada de una enorme tensión dramática. Los directores no sólo demuestran de esta manera soltura y a la vez seguridad en el manejo de la cámara, sino también toda una variedad de recursos entre los que destacan las escenas de la construcción de la balsa, rodadas a la manera de videos antiguos, inspirados en el auténtico documental. Y es que Kon-Tiki le debe a su predecesora, entre otras cosas, su carácter objetivo. Es realista porque debe serlo, hay un documento visual importantísimo que ya cuenta la aventura, y no da lugar a inventarse anécdotas que no sucedieron. Las licencias que pueda tener la película para hacerla más emocionante, que las hay, son respetuosas y no alteran (o al menos no de manera muy evidente) la autenticidad de lo que pasó.

kon-tiki-1Por encima del reparto, encabezado por un solvente Pål Sverre Valheim Hagen con uno de esos personajes puestos en situaciones extremas contra la naturaleza por su propia voluntad, Kon-Tiki tiene dos protagonistas indiscutibles: en primer lugar, la fotografía de Geir Hartly Andreassen, que capta perfectamente la esencia de los diferentes ambientes de la película, y llega a su apogeo en los planos aéreos de la balsa perdida en medio del mar, que son de una belleza hipnótica, o en la escena de las estrellas, que es deslumbrante. Y en segundo lugar, la banda sonora de Johan Söderqvist, con temas de piano que recuerdan a los que compuso Yann Tiersen para Goodbye Lenin!, o momentos grandilocuentes herederos del Michael Giacchino más melódico, todo ello mezclado con elementos de sonido tribales. Esto no quiere decir que la música de Sörderqvist no tenga personalidad, más bien todo lo contrario, las influencias la enriquecen más y consiguen convertirla en un excelso envoltorio que en el caso de una película de estas características, ocupa un lugar convenientemente destacado en la mayoría de las escenas.

Kon-Tiki es el perfecto ejemplo de película concebida para llegar al más amplio margen de público posible, especialmente a los más entusiastas del cine clásico. Y a Rønning y Sandberg les sale bien la jugada. No es una película redonda, de hecho pecaría de resultar algo lánguida en algunas ocasiones, como si todo el tiempo estuviéramos esperando que pase algo impresionante y nunca llegara a pasar. Pero sus casi dos horas (que aparentan mucho menos) consiguen atrapar de principio a fin e incluso proporcionar algún momento que deja con la boca abierta. Porque estamos ante un trabajo de una gran belleza estética, a momentos apasionante, que hay que ver (y disfrutar), sin duda, en pantalla grande.

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