La vida secreta de Walter Mitty es una de las historias cortas más famosas del escritor, periodista y dibujante James Thurber, publicada en 1939, sobre un hombre que, mientras vive de la manera más anodina y monótona, tiene sueños en los que vive grandes aventuras. La historia tuvo su primera adaptación cinematográfica homónima en 1947, con la que Thurber no quedó satisfecho. Ahora llega a los cines una nueva versión dirigida y protagonizada por Ben Stiller, concebida más como un remake de la película anterior que como una versión diferente de la historia original de Thurber.
Tras haber debutado como director con Reality Bites en 1994, para pasarse después a la comedia gamberra con Un loco a domicilio, Zoolander y Tropic Thunder, Stiller da el salto a una comedia dramática (o un drama con tintes de comedia) de corte clásico. Stiller adapta la historia a las circunstancias del mundo actual, con la crisis, el avance de las nuevas tecnologías, el paro… En este caso, son los empleados de la revista Life los que ven peligrar sus puestos al pasar ésta del papel al digital, y será precisamente eso, el miedo a perder su trabajo (y el amor, como no podía ser de otra manera), lo que obligará a Walter Mitty a empezar a moverse.
En la película original, Walter Mitty se escapaba a su mundo particular para huir de las presiones de la gente que le rodeaba. En el caso de esta nueva, Walter es un personaje solitario con buena relación con la poca gente con la que se rodea (su madre y su hermana, su compañero de trabajo…), y si vive en un mundo aparte es por la insatisfacción que tiene con respecto a su vida, y en ese mundo que él ha creado es capaz de hacer todo lo que no puede (o no se atreve) en la realidad. En este sentido, La vida secreta de Walter Mitty en casi un ejercicio de metacine, ya que, desde sus imaginativos créditos, las fantasías que suceden en la cabeza del protagonista tienen que ver con una experiencia cinéfila: hay recreaciones de películas de aventuras, de superhéroes, de amor (la parodia a El curioso caso de Benjamin Button es desternillante)… El momento en que el protagonista decide subirse al helicóptero con el piloto borracho será el punto de inflexión de la película, no sólo argumental, ya que el protagonista dejará de soñar porque la realidad se hace más interesante que la ficción, sino porque también la película se volverá más sobria, menos tendente a la exageración y a la imaginación desbordada. Cuando Walter Mitty, como reza la frase del cartel, deja de soñar y empieza a vivir, Stiller, y por tanto la película, se transforman con él.
Stiller demuestra por tanto madurez detrás de la cámara (si bien no podemos decir haya pulido totalmente su estilo o haga gala de una personalidad totalmente propia, pero maneja con mucha soltura las armas que posee), como también delante. Si nunca ha sido un actor especialmente dado al histrionismo exacerbado (como otros de los que seguro que sus nombres nos vienen enseguida a la cabeza), aquí demuestra una serenidad total, que también viene dada por la personalidad del personaje, dentro del cual Stiller sabe ser él mismo pero sin acaparar toda la atención. Stiller parece transmitir esta serenidad al resto del entrañable reparto, en el que se encuentran Kristen Wiig, Shirley McLaine, y un cameo imprescindible de Sean Penn, a excepción de convenientemente estereotipado Adam Scott.
En el fondo, La vida secreta de Walter Mitty no cuenta nada que no nos hubieran contado ya años atrás directores como Frank Capra: hay que despertar, vivir y disfrutar mientras se pueda y no quedarse sentado imaginando y esperando a que las cosas pasen solas. En el fondo Walter Mitty es como el George Bailey de Qué bello es vivir: un iluso con la maleta llena de sueños y aventuras que no pueden cumplir. Lo mínimo que se puede decir de La vida secreta de Walter Mitty es que, nada más verla, uno tiene unas irrefrenables ganas de coger un avión a cualquier parte. Una vez reposada, nos damos cuenta que estamos ante un trabajo cuidado que reflexiona sobre la vida y el cine desde su interior.