Reseña de Mari Carmen Fúnez
Ganadora de 6 premios del Cine Alemán, la ópera prima del director Jan Ole Gerster llega esta semana a las carteleras españolas después de haber pasado ya por festivales como el de Sofía o la muestra Muces de Segovia, y de haber conseguido 3 nominaciones a los premios del cine europeo. Oh Boy transcurre en 24 horas en las que sigue a Niko, un joven berlinés como cualquier otro, en un día cualquiera que transcurre sin que tenga un trabajo o una obligación que atender. Un chico al que ya desde la primera escena vemos observar el mundo que le rodea como algo ajeno a él, y cuyas dos únicas preocupaciones son la de poder encontrar algo de dinero para tomarse un café y tratar de convencer al psicólogo de la oficina de tráfico de que no es un peligro público por haber perdido el carnet por conducir bebido.
Es inevitable ver en Oh Boy influencias del cine de Woody Allen, ese retrato de un joven que no encuentra su lugar en el mundo que le rodea, perdedor por las circunstancias aun cuando de entrada su vida podría estar plagada de éxitos personales y profesionales, con un humor en apariencia sencillo pero lleno de sarcasmo sirviendo de metáfora de la propia existencia del protagonista. Todo ello envuelto en una elegante fotografía en blanco y negro que convierte a Berlín en una postal atemporal como sucede con el Nueva York de Allen, y por supuesto a ritmo de jazz a cargo de la banda alemana The Major Minors que recrean el ambiente de esa Manhattan que el neoyorquino plasmó en 1979 pero con la fisonomía del viejo Berlín.
Pero también recuerda Gerster en Oh Boy al Scorsese de ¡Jo, qué noche! al presentarnos a un protagonista que sin buscarlo se va encontrando durante todo un día con una sucesión de personajes, a cual más variopinto, y que le llevan a enfrentarse a situaciones inesperadas y en las que jamás habría pensado en meterse. La diferencia es que mientras el personaje que interpretaba Griffin Dunne salía airoso (y con chica) de aquello, e incluso con una nueva visión del mundo y de su propia vida, en Oh Boy tenemos la certeza de que los días de Niko van a seguir siendo en blanco y negro, que nada de lo que ha vivido durante esas 24 horas va a cambiar una vida que no encuentra un rumbo claro que seguir. Niko deja una relación que necesariamente necesita un camino que seguir, deja unos estudios que podrían facilitarle la vida económica y laboralmente, todo ello por la incapacidad de mantener algo estable a lo que acogerse y que sin embargo esa misma inestabilidad es la que sumerge a Niko en una melancolía patente durante toda la película con pocas vistas de poder (o querer) cambiar.
No es Oh Boy necesariamente un retrato generacional, o ni siquiera un reflejo de lo que es la desidia en la que se encuentra actualmente una Europa envejecida en la que la juventud no tiene por donde tirar, es la plasmación en pantalla de una crisis de identidad que no tiene edad. Precisamente la elección de Tom Schilling, cuyo aspecto físico aparenta 10 años menos de los que tiene, para interpretar a Niko apoya una incertidumbre sobre las razones mismas de la desgana de Niko hacia el mundo. Schilling no necesita dar explicaciones para plasmar esa desgana durante toda la película, haciendo que todo el peso de la misma recaiga sobre él y siendo capaz de llevarlo con una gran naturalidad.
Si algo se le puede echar en cara a Oh Boy es que arranca con un ritmo que a medida que va avanzando la película va sufriendo unos altibajos que rompen su cadencia, pero sin duda es una notable sorpresa encontrarnos con un talento como el de Jan Ole Gerster que con un comienzo como este está llamado a ser una gran referencia en el cine alemán actual.
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