Artículo de Manuel Barrero Iglesias
En un evento como la Muestra SyFy son imprescindibles sus buenas dosis de cine trash, que es el que mejor refleja ese espíritu festivo con el que el público acude a las proyecciones. Risas, gritos o aplausos. Esas ganas de interactuar con la película alcanzan su máximo apogeo con este tipo de cine. De hecho, la Muestra tuvo durante varias ediciones una sesión de ‘Trash entre amigos’, en las que Vigalondo y compañía comentaban micrófono en mano alguna película demencial. Algo que, por fortuna, ha salido de la programación. Y es que esas sesiones pretendían forzar algo que tiene en la espontaneidad su mayor encanto.
Como claro ejemplo tenemos la edición anterior, de la que siempre recordaremos la proyección de Boneboys (2012). Una infame película que se tomaba en serio a sí misma, y cuyo visionado hubiera resultado insoportable de no ser por los comentarios y gritos -esos planos de la Luna- que se escuchaban en la sala. También el año pasado tuvimos un ejemplo opuesto de lo que puede ser el trash. El cine del gran Noburu Iguchi asume sin complejos su condición, y la aprovecha para regalarnos filmes libres y festivos en los que lo único que cuenta es la diversión del espectador. La proyección de Dead Sushi (2012) se convirtió en un continuo festival de carcajadas de un público entregado a la causa.
Este año, la responsabilidad de las sesiones nocturnas ha caído en dos películas que no explotan del todo su gran potencial. Desde Nueva Zelanda -recordemos que de allí vienen Mal gusto (1987) y Braindead (1992)- llegó Fresh Meat, una película que mezcla al mismo Peter Jackson con Tarantino. Una familia de caníbales y una banda de delincuentes, unidas en una película que no empieza mal del todo. Pero tras el encuentro, el director no sabe qué hacer con sus personajes, dedicándose a dar vueltas en círculos sin llegar a ningún sitio. Las situaciones cómicas son bastante pobres, e incluso hay un esbozo de trascendencia en su parte final. La eterna parábola sobre el canibalismo y la condición humana, o la crítica al patriarcado asoman la cabeza, aunque con muy poca fuerza. También se preocupa el film por dar presencia a las minorías étnicas. Es más, la protagonista tiene la peculiaridad de pertenecer a una triple minoría. Es maorí, mujer y lesbiana. Por supuesto, es la única que se salva en este retrato negativo del ser humano. El espectador está con ella desde el principio, y algunos de los mejores momentos vienen por la tensión sexual con la delincuente en shorts y recortada en mano. Aunque consciente de ello, el director termina explotando demasiado esas situaciones. A simple vista puede parecer lo contrario, pero Fresh Meat es una película que se muestra ambiciosa, pretendiendo ser varias cosas a la vez. Al final no consigue ser ninguna. Ni es divertida cuando busca la comedia, ni es efectiva cuando deja ver su discurso más “profundo”.
La que no se anda con rodeos es Piraña 3DD, secuela del magnífico remake que realizó Alexandre Aja en 2010. En esta segunda parte se nota la mayor escasez de medios, pero también la de talento. La película es pura comedia, llevando la desvergüenza por bandera. Pero estamos ante un claro ejemplo de que con eso no basta para hacer un producto divertido. La pobreza imaginativa en los chistes hace que la película derive hacia el protagonismo de lo que debería ser un cameo. David Hasselhoff se ríe de sí mismo sin complejos, y nosotros lo agradecemos. Pero lo que funcionaría muy bien en pequeñas dosis, acaba cansando por su excesiva presencia. Y aun así, él tiene los mejores momentos de un clímax final bastante decepcionante. Tan escasos de ideas andaban los responsables, que los créditos finales duran doce minutos. Y con un recurso tan pasado de moda como las tomas falsas consiguen completar el metraje mínimo. El público, con ganas de fiesta, se lo pasó en grande. Pero esperemos que en la próxima edición las miradas vuelvan a Oriente, donde de verdad se atreven a dar un paso más allá en esto del cine trash.