Reseña de Miguel Delgado
El 6 de septiembre del año pasado, Hayao Miyazaki anunció su retirada del mundo del cine. La verdad es que esto es algo que el cineasta japonés ha declarado en más de una ocasión, aunque sin embargo está vez parecía que lo decía más en serio. Es una pena ya que a día de hoy es uno de los cineastas más aclamados del mundo, y no solo en el campo de la animación, en el que exclusivamente se ha movido y en el que no creo que haya a día de hoy un nombre más importante y venerado como el suyo (por encima de compañías). Así que mientras que no dé muestras de abandonar su retiro, tomaremos en serio su palabra, no sin cierta tristeza, hablando de su última obra que se estrena al fin en España con algo de retraso. Con The Wind Rises (El viento se levanta) se despide de las pantallas como no podía ser de otra manera, a lo grande.
Seguramente cualquier cosa que se pueda escribir sobre la película será innecesario para todos aquellos aficionados al cine de Miyazaki, que irán a ver su obra con total confianza y a ciegas, pero es de recibo dar unos cuantos apuntes destacables. En The Wind Rises se nos cuenta la historia de Jiro Horikoshi, importante ingeniero aeronáutico japonés que contribuyó de manera notable con sus diseños a la aviación japonesa durante la Segunda Guerra Mundial. Lo que llama la atención para empezar, aunque no sea en ningún sentido un biopic al uso, es que por primera vez nos encontramos ante una película completamente realista por parte del director. Hasta ahora siempre había apostado por la ciencia-ficción, la magia, los cuentos populares y el folklore de su país para revestir de metáforas sus historias. Sí se permite, no obstante, el uso de inspirados momentos oníricos, pero ni en ellos se desmelena Miyazaki, creando una obra coherente pero no carente de magia.
Porque a pesar de lo dicho, mantiene los rasgos típicos de su cine, y no solo visuales, que también. El diseño de los personajes, los colores, etc. son 100% obra de su director, y se nota. Aparte, encontramos en ella un profundo sentimiento antibélico. No de manera obvia, ya que en todos los aspectos, la película es muy sutil. Más que espetarnos en la cara crudas imágenes que nos hagan removernos, Miyazaki prefiere sugerir los sinsentidos de la guerra en inspirados momentos (los pasajes en los que se va situación que pasó el país antes de dar comienzo el conflicto bélico más grande del siglo XX, o esa reunión en la que le explica el diseño de su avión a sus compañeros y sus problemas con el peso). Elementos recurrentes en su filmografía, como hemos podido ver en La princesa Mononoke (1997, para mí, si es definitivo su adiós, su obra maestra definitiva), o El castillo ambulante (2004), en la que ya podía verse ese ambiente antibélico mezclado con la pasión de Miyazaki por la aviación, o en ese caso, el vuelo del mago Howl convertido en pájaro. También en Porco Rosso (1992), otra aclamada cinta suya (¿cuál no lo es?), vuelve a recurrir a los vehículos aéreos con ese émulo de Barón Rojo convertido en cerdo.
La primera parte es aquella que refleja la vida de Jiro centrada en su trabajo, dejando espacio el segundo tramo de la obra a la historia de amor entre este hombre y su amada, Naoko. Una relación cargada de emoción y belleza, y también una alta carga de tristeza, pero de nuevo Miyazaki se muestra acertado y, siguiendo la tónica general, lo maneja a la perfección sin caer en lo fácil y manipulador. Lleva la espiritualidad oriental de una manera que consigue emocionar sin tener que darlo todo mascado (la escena final es para ponerle un altar por todo lo que dice y expresa de manera tan hábil y bella en tan poco tiempo). Ambas partes forman un todo, un mensaje único, el de la frase que incluye el título de la película y que repiten varias veces a lo largo del metraje. Otro punto destacable que no hay que dejar pasar son los personajes, una delicia como están dibujados, en todos los sentidos. Como ese jefe, imposible no terminar emocionado con alguien tan real.
Pocas pegas se le pueden poner. Sin duda no es una película para todo el mundo, no es fácil de asimilar, y también se ha señalado su duración como excesiva por no poca gente, algo con lo que no estoy de acuerdo. Seguramente resulte aburrida para el público medio, algo que puede no beneficiarla en el boca-oreja, pero no es un fallo intrínseco de la obra. Sí es cierto que por su tono realista puede resultar menos fascinante de primeras que sus incursiones más conocidas, como El viaje de Chihiro (2001) o la ya citada Mononoke, aunque todo aquel que disfrutó de aquellas debería sentirse igual de encandilado. Hubo algo, eso sí, que reconozco que llego por unos minutos a sacarme de la película, y es la voz del protagonista. Cuando por primera vez le vemos hablar de adulto, un joven universitario, resulta de lo más chocante el tono elegido, que por otra parte según para el metraje se va amoldando mejor al personaje. Una voz que es la Hideaki Anno, ni más ni menos que el director y la mente pensante detrás de la serie y películas de esa vastísima y desquiciada obra maestra que es Neon Genesis Evangelion.
Así pues, si esta es la despedida de Hayao Miyazaki, se va por la puerta grande, con una película que tiene todo lo que se podía esperar: belleza formal exquisita y momentos deslumbrantes como el terremoto, una narración poética y emocionante, sutil y muy humana, una banda sonora deliciosa a cargo, como siempre, del maestro compositor Joe Hisaishi… pero además jugosas novedades a cargo de un realismo nada tramposo. Una obra que sin duda merecía ganar el Oscar a mejor película de animación, y no solo la nominación. No seré yo quien critique Frozen (2013), pero esto es claramente superior a todos los niveles. Solo nos queda agradecer todo lo que le ha dado este hombre a ese fascinante mundo que se erige como el último bastión de la animación 2D que es el anime japonés, y sin duda al cine en general, dentro del cual se sitúa en el lugar de los grandes maestros.
Sin duda, una gran pérdida. Hayao Miyazaki es de los mejores.
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