Encargada de inaugurar la Semana Internacional de Cine de Valladolid el pasado sábado 18, se estrena en cines la última película de los reconocidos directores belgas Jean-Pierre y Luc Dardenne, Dos días, una noche, que se presentó en la Sección Oficial de Cannes. En ella, junto a sus siempre habituales Fabrizio Rongione u Olivier Gourmet, otorgan el papel protagonista a una actriz de tanto éxito internacional como Marion Cotillard, que siempre que es necesario deja todo el glamour atrás para ofrecer una interpretación de una sinceridad desarmante. Así ocurre en este trabajo, en el que da vida a la frágil Sandra, una mujer que está saliendo de una depresión que no termina de abandonarle, mientras pone a sus compañeros de trabajo en un importante dilema moral.
Frente a un despido por supuestos motivos económicos, Sandra deberá defender su empleo y la estabilidad que ha conseguido para su familia. A través de la estresante y (por qué no) humillante tarea de pedir a cada uno de sus compañeros que renuncien a su paga extraordinaria para que la empresa le pueda mantener, se tendrá que enfrentar a la compasión, el desprecio, la ira o la empatía de los demás, mientras su trastorno psicológico amenaza con romperla de nuevo en cualquier momento. A ello se une una atmósfera estival sofocante. Sandra encontrará sin embargo su mayor soporte en su marido, que la mantiene en pie de forma estoica durante toda la odisea por la que pasa en un solo fin de semana. Los hermanos Dardenne vuelven a presentar un impecable drama social, con un estilo cien por cien realista, carente de artificios. Cualquier añadido a la suplicante mirada de Marion Cotillard se excedería, no es necesario nada más. Con transiciones muy bruscas y una estructura necesariamente repetitiva, que acaban agotando al espectador tanto como a la protagonista, los directores crean, a través de los personajes, un micro-cosmos en el que se aprecia un cuadro de la sociedad de clase media, con sus problemas, sus miedos, sus (supuestas) necesidades… Todo ello promueve una sensación de angustia con respecto a lo que le ocurre a Sandra, en un ejercicio tan empático como catártico. Pero, ¿hacia quién se plantea la empatía? Los directores dejan constancia de la ambigüedad del egoísmo. ¿Quién es más egoísta, el que deja que despidan a su compañera para cobrar una prima necesaria para mantenerse, o quien pide que se renuncie a dicho dinero en su favor, aun sabiendo que de esa necesidad? Quizás ninguno lo sea. O ambos. Cada cual tiene sus circunstancias. Lejos del tremendismo o de cualquier enseñanza moralista, los Dardenne escuchan, exponen, y dejan que sea el espectador el que reflexione y saque sus propias conclusiones.
Dos días, una noche no es una película específicamente sobre la crisis, pero su ubicación en una época de crisis es fundamental. Expone problemas que, si bien probablemente siempre se han dado, hoy en día están más patentes que nunca. Sin embargo, los Dardenne deciden ofrecer una conclusión positiva: frente al afecto y a la lástima distanciada de lo que podría haber sido un drama individualista, inciden en la sensación del deber cumplido, la satisfacción de hacer lo correcto, con el apoyo de aquellos que nos rodean. Algo intrínseco a todos los seres humanos, que nadie nos puede quitar. Cine hecho por, para y sobre personas, en fin.
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