Parece que el género bíblico estuviese viviendo un progresivo resurgimiento. ¿Con qué objetivo? En las grandes superproducciones del siglo pasado de William Wyler, Nicholas Ray o Cecil B. DeMille las historias de la Biblia se adaptaban pensando en sus atractivas propiedades narrativas más que en un sentido religioso. En Exodus. Dioses y reyes, Ridley Scott vuelve a ese modelo de espectacularización, en lugar de continuar el de reivindicación creyente de Mel Gibson en La Pasión de Cristo (2004), o el psicológico y autoral de Darren Aronofsky en Noé (estrenada en primavera de este mismo año). Lo que sí que comparten todos estos trabajos del nuevo siglo en una búsqueda del realismo plástico (algo aplicable igualmente a otros géneros); que la sangre o la suciedad se sientan como reales. Esto conlleva también un pragmatismo implícito, que lleva a reinterpretar como terrenales e incluso posibles (?) los milagros de la Biblia.
Ridley Scott ya se propuso a principios de siglo resucitar otro género absolutamente desterrado como era el Péplum con Gladiator (2000), aunque a pesar de su éxito, no muchos decidieron seguir su estela. Desde entonces, Scott parecía estar interesado en tomar historias clásicas, como la de los cruzados en El reino de los cielos (2005), o Robin Hood (2010), para reconstruirlas y convertirlas en tediosas películas de batallas. No era extraño sospechar que en su Exodus, el director pudiera seguir esa línea. Sin embargo, sorprendentemente el resultado es diferente: sin dejar de ser un aparatoso trabajo de aspiraciones grandilocuentes, Scott empieza el filme con una primera escena de combate, en la que tampoco se recrea demasiado y que será la única, y continúa la historia de Moisés del mismo modo que el relato de la Biblia; además sigue perfectamente los parámetros cinematográficos ya marcados por Cecil B. DeMille en Los diez mandamientos (1956), e incluso en la que es su mejor versión actual, El príncipe de Egipto (1998) la espectacular cinta de animación de Simon Wells y Steve Hickner.
En este sentido, si hay que elegir entre que la historia sea un despropósito inventado, o tan fiel al original que no ofrece casi nada nuevo, es casi preferible lo segundo. Exodus no plantea cuestiones teológicas, ni despierta ninguna polémica. La presencia de Dios en la cinta (introducida de manera bastante absurda) se podría entender, al igual que ocurría en el Noé de Aronofsky, como algo que pasa únicamente en la cabeza del protagonista (Moisés hablando con un bloque de piedra, o tallando él mismo las Tablas de la Ley). Sin embargo, mientras en Noé crear esta duda hacia el carácter humano y mental de la religión era su evidente intención, en el caso de Exodus se trata de algo tan sutil, que probablemente sea más un resultado de sobre interpretación que la idea que Scott quería dar en la película. No cabe por tanto buscar mayor profundidad en una cinta que deja toda su fuerza al aspecto visual, con, eso sí, un diseño de producción impecable.
Ahora bien, qué hacer con una película que no es una sucesión de batallas, pero tampoco se interesa por estudiar y desarrollar a los personajes. En Exodus se supone que debe haber relaciones, sentimientos y conflictos, pero ninguno de ellos se refleja en pantalla. Ante esto, un siempre efectivo Christian Bale logra sacar adelante su Moisés de la mejor manera posible; no así Joel Edgerton, con un Ramsés totalmente plano al que el actor no es capaz de dar ningún tipo de personalidad. El vínculo entre los dos hermanos es inexistente, por lo que no hay tensión dramática en ningún momento. Y si eso ocurre con los protagonistas, ni qué decir tiene de los demás, que entran y salen de la historia de manera bastante teatral e impostada, apuntando apenas algunas frases, como les ocurre a Aaron Paul, Sigourney Weaver, María Valverde, Golshifeth Farahani o Ben Kingsley haciendo de sí mismo.
Exodus por tanto es una película de aventuras sin excesiva acción, y de personajes por los que no se preocupa. Pero, al final, acaba funcionado como producto satisfactorio de mero entretenimiento, en el que uno se puede deleitar con momentos como los de las plagas o el del Mar Rojo. Al final, el mayor problema de Exodus resulta ser que parece innecesaria; su nueva versión de la historia de Moisés no aporta nada más que efectos (eso sí, espectaculares, y en general no demasiado evidentemente digitales); pero tiene el mérito de no caer en el ridículo. Que no es algo que se pueda afirmar muy a menudo.
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Completamente de acuerdo en casi todo lo que comentas, excepto vuestra opinión sobre Joel Edgerton, a mí no me disgustó, pero desde luego es una revisión del clásico totalmente innecesaria.