Reseña de Mario Iglesias
Éxitos tan heterogéneos como los de las películas Gente en sitios (2013) de Juan Cavestany o La isla mínima (2014) de Alberto Rodríguez, de libros como Curso urgente de política para gente decente de Juan Carlos Monedero o los ensayos económicos de Vicenç Navarro y Juan Torres y de políticos como Pablo Iglesias o Alberto Garzón son síntomas, muy diversos y nada equiparables, de un desmoronamiento generalizado de la visión positiva de la Transición española de la dictadura a la democracia representativa que se realizó desde 1976 y hasta una fecha para la que no existe consenso. Dentro de este contexto, expresiones como la España negra, la España que nunca se fue o España: destino tercer mundo alcanzan una significación muy inquietante y demasiado real como para obviarlas o tirarlas al cajón de los tópicos sin referente real alguno.
Y en este marco se inscribe una película como Lasa y Zabala, de Pablo Malo. Conviene tener en cuenta, antes de cualquier valoración cinematográfica, los hechos desnudos a los que alude, que recorrieron dos décadas de la historia del régimen salido de la Constitución de 1978: en primer lugar, la existencia de los GAL, una banda parapolicial que realizó diversos atentados terroristas y por cuyas actividades fueron condenados, en sentencia firme, un ex ministro del Interior, José Barrionuevo; un ex secretario de Estado, Rafael Vera, y diversos altos cargos de sus gobiernos, además de mandos policiales y de la Guardia Civil. Entre estos últimos destaca Enrique Rodríguez Galindo, comandante del Cuartel de Intxaurrondo durante los años 80, condenado en el año 2000 a 71 años de cárcel por el secuestro, torturas y asesinato de dos supuestos miembros de ETA, José Antonio Lasa y José Ignacio Zabala e implicado por diversas fuentes (leer aquí) en narcotráfico y trata de blancas, en investigaciones que fueron archivadas.
Con estos mimbres, había material para una película importante pero, por desgracia, Lasa y Zabala está muy lejos de serlo. El largometraje empieza narrando con soltura y agilidad el ambiente de miedo y clandestinidad, aderezado con toques de inconsciencia, entre los refugiados vascos vinculados a la izquierda abertzale en el sur de Francia en los años 80. Y en esos primeros minutos de recreación, con personajes tan sólidos como el que interpreta Josean Bengoetxea, encuentra Lasa y Zabala sus mejores momentos: no hay sensacionalismo, ni situaciones forzadas, ni academicismo documental, sino una sólida ambientación en un mundo pocas veces retratado en el cine español reciente.
El problema es que ese andamiaje se viene abajo muy pronto, en cuanto desaparece el mencionado Bengoetxea y la película se va adentrando en una sucesión de largos flashbacks de duración desmedida, en los que destaca un muy deficiente trabajo actoral. La interpretación de Oriol Vila como Felipe Bayo, personaje difícil donde los haya, produce una sensación de falta de credibilidad absoluta, y aunque Unax Ugalde se salve de la quema con una correcta encarnación de Iñigo Iruin, el resto del elenco, ya sea por mala dirección, por falta de convicción o por exageración de tics (o una mezcla de los tres) naufraga por completo. Algunos de los momentos más potentes de la historia, como la afirmación de Rodríguez Galindo de su disposición a conquistar América del Sur, la muerte del policía Jesús García mientras declara en el juicio oral o la confesión decisiva de Pedro Miguéliz, Txofo se pierden en agua de borrajas por la mala interpretación, la inadecuada puesta en escena y el tono sensacionalista que en principio se parecía querer evitar.
Lo peor, con todo, son las escenas de torturas. Hay una clara apuesta por lo obsceno y lo desagradable, por mostrar las palizas en bruto y no por intentar hacer ver sus efectos y sus consecuencias, lo cual puede producir muchas reacciones en el espectador (espanto, indiferencia, sadismo) pero nada que se acerque a una comprensión real del envilecimiento moral que comporta.
Dicho esto, y con el antecedente de otra película tan desafortunada como GAL (Miguel Courtois, 2006), sólo cabe lamentar que el cine español todavía no haya producido una película a la altura que exige un asunto tan grave y tan significativo como la existencia del terrorismo de Estado. No es, desde luego, el único tema pendiente ni abordado de forma inadecuada (sin ir más lejos, la Guerra Civil todavía no ha dado lugar ningún film incontestable), pero existen los nombres y el talento adecuado para ajustar cuentas, como es debido, con ciertas páginas de la historia reciente. Confiemos en que todavía no sea tarde para ello.