Pon tu mano sobre él;
Te acordarás de la batalla, y nunca más volverás.
He aquí que la esperanza acerca de él será burlada,
Porque aun a su sola vista se desmayarán.
Nadie hay tan osado que lo despierte;
¿Quién, pues, podrá estar delante de mí?
(Job 41, 8-10)
Hace unos días se anunciaban las nueve películas que han pasado el último corte para ser una de las cinco nominadas a la Mejor Película de Habla No Inglesa en los próximos Premios Óscar. Si bien quedaron fuera obras magnas como Winter Sleep, de Nuri Bilge Ceylan, o Mommy, de Xavier Dolan, no resultó nada extraño encontrar en el grupo final la rusa Leviatán, de Andrey Zvyaguintsev, que viene de cosechar reconocimientos y nominaciones allá por donde ha pasado (solo ensombrecida por Ida -2013-, la revelación polaca de Pawel Pawlikowski): desde el mejor guion en Cannes (donde el director ya es habitual) a los Globos de Oro, pasando por Sevilla o los EFA, Leviatán ha conseguido deslumbrar con esta revisión modernizada de la inmemorial historia de un hombre y su imposible lucha contra un poder que le supera.
Kolya, que vive con su mujer, Lilya, y su hijo, un adolescente conflictivo, en una casa que ha construido a las afueras de un pueblo costero, se verá enfrentado al alcalde de la pequeña localidad, que quiere conseguir sus tierras a toda costa, sea o no por la vía legal. Kolya contará con la ayuda de un antiguo amigo que ahora ejerce de abogado en Moscú. Zvyaguintsev se sirve de este punto de partida para hacer (auto) crítica de un país dominado por la corrupción. Con un tono sorprendentemente distendido, por momentos incluso divertido, el realizador recupera los temas que ya son habituales en su filmografía, como la familia, el abuso de poder, las cuestiones burocráticas, la diferenciación por las distintas clases sociales, o la preocupación por el (no) futuro de las generaciones más jóvenes.
El de Zvyaguintsev es un cine explícitamente referencial como pocos. La película está inspirada en el Libro de Job, en el que el personaje bíblico es un peón en el juego de Dios y Satanás, encarnado este último en uno de los pasajes como un leviatán. En la tradición hebrea y cristiana, el leviatán es monstruo marino, representante del caos existente antes de que Dios creara el mundo tal y como lo conocemos; ese orden establecido, inamovible y dominado por la religiosidad. Zvyaguintsev utiliza el poder de la naturaleza frente a la pequeñez del hombre, para simbolizar el temor a Dios y a las consecuencias de los propios actos, que aquí se manifestarían en los paisajes desolados, el mar y la oscuridad.
Otra influencia literaria que se aprecia es la de Dostoyevski, en la exploración, relacionada con la época y el lugar en el que viven, de la psicología de los personajes, a los que pone en situaciones extremas. Del escritor toma también Zvyaguintsev su retrato costumbrista de situaciones y espacios. Frente a esto, Dmitriy, el abogado, personifica la mirada extranjera y extraña hacia lo que sucede.
Leviatán está narrada como un thriller rural que podría recordar al Ceylan en Érase una vez en Anatolia (2011) pero desde un punto de vista, como hemos comentado, menos trascendental. A pesar de ser su obra más ambiciosa, Zvyaguintsev lleva a cabo una depuración tanto técnica (un uso de los planos estáticos muy radical, que ya empezábamos a ver en su anterior trabajo, Elena -2011, su película más cosmopolita hasta la fecha -), como argumental: el director va más a lo concreto, y muestra un desapego por sus personajes, a los que no trata con ningún tipo de solemnidad (a excepción del de Lilya, interpretado por Elena Lyadova). Más bien al contrario: los ridiculiza y los reduce a meras marionetas que solo se enfrentan de a sus problemas bajo la influencia del alcohol. En este sentido, estamos también ante su film más visceral. Sin embargo, por otro lado su sello estético sigue intacto desde El regreso (2003): no abandona la sobriedad pictórica, la grisácea ambientación, la cuidada fotografía, y la utilización puntual y expresiva de la banda sonora, en este caso compuesta de temas de la ópera de 1983 Akhnaten, de Philip Glass, de quien ya había utilizado música en Elena, que abren y cierran la cinta.
Leviatán es tal y como Zvyaguintsev ve el infierno en la tierra. Una película coherente con la trayectoria del propio director, que vuelve a realizar una desencantada fábula sobre personajes que deben aceptar las pruebas y las desgracias de las que no son directamente responsables, mientras la muerte les acecha insistentemente. Un poder destructor que deja a su paso los restos de aquellos que han intentado hacer de su vida cotidiana algo un poco mejor.
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