En su ensayo de 1964 Contra la interpretación, Susan Sontag defendía un tipo de crítica de arte más cercana al formalismo, que no se dejara llevar por una sobreexplicación de la obra buscándole un significado profundo y oculto, sino que aportara un enfoque personal atendiendo a las características físicas y estéticas de la misma. “A thing is a thing, not what is said of that thing”, reza una nota en el espejo del camerino del protagonista de Birdman, el último trabajo de Alejandro González Iñárritu; una frase que, aunque no esté confirmado, bien podría atribuirse a Sontag. Riggan Thompson es una antigua estrella de blockbusters de los 90, en los que daba vida al superhérore que da título a la película, y que pretende recuperar un prestigio que nunca ha tenido llevando a Broadway una adaptación de un relato corto de Raymond Carver. Riggan se pasa todo el metraje luchando por ganarse el reconocimiento de los demás (los espectadores, los críticos, su familia y amigos…) y sacar de sí mismo unas cualidades que no posee, antes que aceptarse tal cual es, en toda su mediocridad, como cualquier persona.
Tras realizar una de las óperas primas más relevantes de los últimos años, Amores perros (2000), Iñárritu continuó un proceso en el que llegó a solemnizar el drama social de tal manera que llegó a límites absurdos con la plomiza Biutiful (2010). Consciente de esta degeneración, el director mexicano da un sorprendente giro a su carrera y se reinventa con un divertido y enloquecido filme, que solo comparte con el anterior a los guionistas, recuperando su desarrollo de un personaje principal en torno al cual giran los secundarios, en lugar de las historias cruzadas de sus tres primeras películas.
Riggan Thompson es Michael Keaton, cuya intervención en el proyecto va más allá de la interpretación; Keaton aporta su imagen y su carrera de una manera parecida a como lo hacía Robin Wright en El congreso (2013), de Ari Folman. Por más que se haya repetido que el personaje de Birdman alude de forma directa al Batman de Tim Burton, que Keaton interpretó en dos ocasiones (y después de lo cual no volvió a tener un papel de éxito), no deja de ser una referencia fascinante. E irónicamente, Iñárritu le da a Keaton lo que Riggan busca tan ansiadamente: el papel de su vida. La película es el proceso de descubrimiento de Riggan sobre su propia condición: “I’m nothing, I’m not even here”, declama al final de la obra que adapta, algo que su hija Sam (encarnada por una también magnífica Emma Stone) le había dejado claro en una de las escenas más potentes. Aunque el epílogo nos muestra que, tras toda la odisea, Riggan no ha aprendido absolutamente nada, y quizás sea mejor así. Bendita ignorancia.
Iñárritu siempre ha sido un experimentador en torno al montaje, el mejor ejemplo hasta ahora estaba en la discontinuidad de 21 gramos (2003); en Birdman lo lleva a su máxima expresión: la película se desarrolla a lo largo de un falso plano secuencia que le da un ritmo frenético, y más propio del teatro que del cine. Contribuye a ese espíritu fresco y aparentemente improvisado que quiere transmitir el sonido intermitente de la desquiciada batería de Antonio Sánchez. Iñárritu, liberado de las ataduras de Gustavo Santaolalla, alardea de su formación como DJ a través de juegos musicales, transformando el sonido diegético en extradiegético sin transición (y sin un sentido lógico), y viceversa, y contraponiendo los temas free jazz de Sánchez a otros clásicos de Mahler, Tchaikovsky o Rachmaninoff.
Birdman es un ejercicio por tanto de metacine extremo, una sátira con referencias constantes tanto al cine de superhéroes actual como al de autor. Iñárritu, oculto tras las bambalinas (literalmente), analiza desde una óptica cínica y despiadada la comercialización del arte, no tanto como producto vendible, sino vendido para hacerse con el favor del público, y, mucho más difícil, de la crítica (la escena de Lindsay Duncan ya vale toda la película), representada ésta como una maraña de prejuicios, que precisamente hace gala de lo que al principio del texto comentábamos que rechazaba Susan Sontag: el elogio de una supuesta creación artística que realmente no es más que un desafortunado accidente.
Y es que sí que puede que no haya que buscarle más sentido a Birdman que el de ser la enajenación de un psicótico o la paranoia de una chica con el cerebro afectado por las drogas; o quizás realmente haya personas con poderes sobrenaturales. En definitiva, una película que, para un espectador poco receptivo, puede resultar cargante, pero será casi imposible que un cinéfilo medianamente abierto de mente no se deleite con ella. Pura magia del cine (con perdón de la expresión), del cual Iñárritu se muestra como experto ilusionista, enseñándonos sus trucos, pero sin revelar los mecanismos para llevarlos a cabo.
Justo hoy…antes de ver tu reseña….una amiga me comentaba que se aburrió al ver Birdman….le he pasado literalmente tu definición de ella…espero lo pueda digerir…también deseo que tu forma de describirla llegue tan lejos..es necesario abrir cabezas….
Muchísimas gracias, de verdad. Uno escribe para eso, para poder descubrir a otras personas algo que quizás no habían apreciado en la película. No siempre se puede conseguir, pero me alegro que, precisamente con una película tan importante como Birdman, pueda llegar a hacerlo. Muchas gracias de nuevo por el comentario y por seguirme! 😉
Sofía..espero tener más contacto…..no sé manejar esto…pero aprendereeeeeeeee
Perfecto! Por aquí te esperamos 😉
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