Tras ser el artífice de una de las revelaciones de la temporada de premios del año pasado, Dallas Buyers Club (2013), el canadiense Jean-Marc Vallée vuelve con una nueva película en la que deja claro su interés por historias de personajes puestos en situaciones extremas. Alma salvaje indaga en los efectos que tiene la pérdida sobre el carácter de una persona. Cheryl Strayed se muestra incapacitada para superar un trágico acontecimiento que pasa de forma prematura en su vida, y que afectará a toda una serie de actitudes y decisiones erróneas que va tomando en los siguientes años. La única manera que se le ocurre a Cheryl de volver a encarrilarse es romper con todo. Y lo hace marchándose a recorrer a pie, sin experiencia previa, las más de mil millas del Pacific Crest Trail, un enorme sendero que va desde la frontera con Mexico hasta Canadá.
Un sendero que se acabará convirtiendo, como era de esperar, en un recorrido interior de descubrimiento (que en España podría encontrar su equivalente en el Camino de Santiago). El guion de Alma salvaje corre a cargo del escritor Nick Hornby, en este caso no adaptando una novela suya, sino el libro autobiográfico de la propia Cheryl Strayed (la película ya deja evidencia constante de su pasión por la literatura). En cualquier caso, la protagonista es uno de esos antihéroes perdidos, llenos de defectos y poco idealizados que son tan del gusto de Hornby. La gigantesca mochila que se ve en el cartel promocional (muy divertido el episodio en el que tiene que ponérsela por primera vez), es una metáfora de las cargas que lleva Cheryl al empezar el viaje, de las que se irá liberando poco a poco según avance, al mismo tiempo que se aligera el peso de la bolsa.
Vallée representa este solitario camino de una forma que puede recordar a la manera en la que Danny Boyle planteó la experiencia de Aron Ralston en 127 horas (2010, aunque, por muchos obstáculos que pase Cheryl, nunca llegan a ser tan angustiosos como el de Ralston), en su constante uso de los flashbacks para representar los recuerdos. Al igual que pasaba en aquel filme, la narración del pasado en Alma salvaje está desmembrada, y con los personajes sin posibilidad de desarrollo (es especialmente evidente en el caso del marido y el hermano de Cheryl). Esta es probablemente la manera en la que los pensamientos acuden a la cabeza de una persona, pero una propuesta así corre el riesgo de perder conexión con el espectador. Algo que no sería necesariamente un problema, si no fuera esa conexión lo que la película busca conseguir.
A pesar de la belleza de las localizaciones, o del buen empleo de la música, el director vuelve a poner a los actores en primer término, o en este caso, solo a una actriz, Reese Whiterspoon, quien se muestra muy competente cuando tiene oportunidad, pero a la que sin embargo le había costado encontrar un papel a la altura desde que ganara el Oscar en 2005 por En la cuerda floja. Aquí realiza un trabajo muy físico, que además tiene el componente de su presencia constante, lo que no da lugar al resto del elenco a destacar, con excepción de Laura Dern, sorprendente nominada al Oscar este año a la mejor actriz de reparto.
Alma salvaje toma un libro intenso y personal, y lo adapta como si su base fuera una especie de manual de autoayuda, en su búsqueda, como hemos comentado antes, de acercarse al público a través de la identificación y la empatía. Sin llegar a emocionar demasiado, no sería justo negar que la película consigue esta compenetración en bastantes ocasiones (cuando se refiere al camino y al presente de la protagonista), pero habría que cuestionarse sobre si lo hace más por la universalidad de los sentimientos que retrata que por su eficacia como producto cinematográfico.
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