Reseña de Miguel Delgado
Bennett Miller se está haciendo una carrera de lo más destacable sin hacer mucho ruido. Tras dos trabajos anteriores muy a tener en cuenta, y muy presentes en la temporada de premios como fueron Capote (2005) y Moneyball (2011), el siguiente paso de director prometía bastante, y más con un proyecto como Foxcatcher, cinta que retrasó su estreno prácticamente un año, lo que podía provocar duda. Tras su buena acogida en Cannes, donde Miller recibió el premio al mejor director, el interés por el proyecto resurgió y ahora por fin aterriza a nuestras pantallas, con la curiosidad de haber sido nominada en algunas de las categorías más importantes de los Oscar, incluyendo mejor director, guión y actor, tanto principal como secundario, pero sorprendentemente quedándose fuera de la mejor película.
No es que tampoco sea algo que pueda extrañar completamente. La Academia siempre ha sido reacia a premiar una posible visión compleja y cercana de la cara oculta de América. Le pasó hace un par de años a The Master (2012, solo estuvieron nominada sus excelsas actuaciones), con la que ésta Foxcatcher tiene varios puntos en común. Cuenta la historia real del multimillonario John Du Pont (Steve Carell), que apadrinó a los hermanos Mark y Dave Schultz (Channing Tatum y Mark Rufallo respectivamente), deportistas profesionales de lucha libre, para que ganasen los campeonatos más importantes. La sinopsis puede hacer pensar en un drama deportivo al uso, como a fin de cuentas lo era Moneyball, que si conseguía destacar por encima de otras cintas de género era por sus estupendos e inteligentes diálogos. Esto es otra cosa. Enmarcada dentro de la lucha libre, ésta solo sirve como excusa para mostrar los caracteres y motivaciones de unos personajes nada fáciles, así como sus relaciones entre ellos.
Desde el principio se ve esa atmósfera antiheroica de la que hace gala. En los primeros 15 minutos seguimos al personaje encarnado por Channing Tatum por esos parajes, que de tan fríos y húmedos llegan a los huesos del espectador. Esto puede hacerla difícil de entrar para el público más impaciente, aunque no quiere decir que sea un mal comienzo en general. Con la llegada de Mark a la casa de Du Pont, es cuando arranca la película de verdad, y aunque el ritmo aumente (siempre dentro de lo pausado), la atmósfera seguirá siendo la misma. No en vano, es la historia de hombres que se presentan frágiles y torturados por su situación, ya sea por su pasado o por su simpleza, que les lleva a apoyarse los unos en los otros de manera autodestructiva. Todos se sienten fallados, y así empieza la desconfianza.
Y es que en el mundo real, por mucho que quieras ganar o ames a tu país, eso no te convierte en un campeón perfecto. La cinta va absolutamente en dirección a esta idea, alejada de otras miradas mucho más idealizadas y falsas. La bandera de Estados Unidos se encuentra siempre presente, como alargada sombra de Du Pont, un patriota que sin embargo se presenta finalmente, como un niño malcriado y caprichoso, que ahora es un hombre adulto e insatisfecho. Pero el guión de Dan Futterman (Capote) y E. Max Frye, así como la dirección de Miller, no se empeñan tampoco en satirizar el americanismo sin más. No recorren caminos fáciles y eso siempre se agradece.
Tal vez lo que más destaque a primera vista sea el elenco actoral. Channing Tatum ejerce de motor de la historia durante gran parte de la narración. Está siendo el actor olvidado en los premios, pero su actuación es digna de alabanza. Y es que Tatum es un caso raro, no es para nada un mal actor, pero su físico parece limitarle solo a cierta clase de papeles, como por ejemplo el de Mark, este luchador simple y obediente, aunque demasiado confiado y orgulloso. Tal vez en la última parte de la trama el peso recaiga sobre un Steve Carrell portentoso. El trabajo de maquillaje es muy bueno, pero es que tras de sí, resulta casi imposible ver a Carrell en la mirada, los movimientos o la voz de Du Pont. ¡Si hasta parece más bajo! Estamos ante una de esas metamorfosis completas que sitúan al actor en una posición privilegiada, por si alguien aún dudaba de él. La tercera pata es Mark Ruffalo, con menos presencia en pantalla pero siempre presente a lo largo del relato como el hermano de Dave, sobre el que ejerce una figura paterna. Su transformación física no es tan radical como en el caso de Carrell, pero Ruffalo ya ha demostrado muchas veces ser un esplendido actor, y aquí, despojado del glamour Marvel, no se queda atrás.
En un aspecto puramente técnico, la película consigue grandes momentos. Las peleas, o el momento de los caballos son las mejores muestras de ellos, donde todos los elementos crean instantes perfectos. Tal vez Miller no termine de madurar completamente en los tramos de conversaciones entre dos de los protagonistas, que resuelve sin contemplaciones a base de plano y contraplano. Tampoco es algo malo de por sí, e incluso en momentos se muestra como la mejor opción para los actores (la escena en el helicóptero), pero contrarresta con aquellos instantes en los que se muestra más inspirado con la cámara. El director de fotografía Greig Frasser ya había dejado su marca en trabajos tan sobrios como esplendidos en cintas como el de Mátalos suavemente (2012) o La noche más oscura (2012), y aquí no baja su nivel, con esos tonos fríos como ya hemos dicho, que tanto necesita la película. Por última, y aunque entre tarde, destacar la banda sonora, acreditada a Rob Simonsen y West Dylan Thomson, que se dividen los temas, aunque cuenta con música de otros autores como Johann Johannsson, Arvo Pärt, así como canciones de Dylan o Bowie.
Una mirada triste e inteligente, de una historia real alejada de la típica visión edulcorada de superación y victoria. Un retrato americano que puede no ser conocido, y que sin duda a muchos no les gustará ver. Una película donde todo se dice a través de miradas y gestos, y no de diálogos, y sin que Miller intente dar demasiadas explicaciones al final, sobre el que cada uno puede pensar distinto. Uno de los mejores filmes de 2014, independientemente de lo que digan los premios.
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