El último día en la vida del director y escritor Pier Paolo Pasolini recreado por Abel Ferrara pasó con críticas dispares por la Sección Oficial de Venecia, por Toronto, o por las Perlas de San Sebastián entre otros. Ahora llega a los cines españoles este trabajo contenido, mucho menos excéntrico de lo que cabría esperar de alguien como Ferrara. Si en la última Berlinale se pudo ver un ejemplo perfecto de la desmitificación a través del absurdo de una figura clave de la Historia del Cine en Eisenstein in Guanajuato (2015), de Peter Greenaway, Ferrara siente demasiada consideración por la figura de Pasolini como para lanzarse al abismo de la incorrección.
Las circunstancias que rodean a la muerte de Pasolini en 1975 siguen siendo un misterio; en lugar de cuestionarse sobre si ésta fue causada por altas instancias políticas, incomodadas por la crítica que les dirigía Pasolini en sus obras, Ferrara decide quedarse con la teoría expuesta en 2005 de que fue asesinado por unos jóvenes homófobos que querían atracarle. Entra así en escena la problemática sobre la homosexualidad en Italia, un país hoy en día aún profundamente intolerante. Hace poco, en su documental Felice chi è diverso (2014), el director Gianni Amelio se hacía eco de la ridiculización de este tema por parte de los medios supuestamente serios y profesionales, incidiendo en la humillación a la que la prensa sometió a Pasolini de forma constante.
La idea es la de mostrar la misma Roma desencantada, corrompida, y vulgarizada hace 40 años, que retrataba desde la actualidad Paolo Sorrentino en La gran belleza (2013), desde incluso el mismo punto de vista afectado y decadente. Se potencia esta sensación con la oscura fotografía de Stefano Falivene (de quien hace unos meses vimos otro trabajo muy interesante en cines con Nunca es demasiado tarde -2013-), como forma de representar las sombras en la vida de Pasolini. En sus últimos tiempos, el director fue muy censurado por su última película, Saló o los 120 días de Sodoma (1975), polémica por ser una cruda y realista adaptación de la obra del Marqués de Sade, y Ferrara capta el aura melancólica de un personaje poco comprendido, al que la sombra de la tragedia persigue constantemente.
Encarna a Pasolini Willem Dafoe, que no hace mucho más que colocarse unas gafas oscuras y recitar sus palabras textuales (muy potente la escena de su última y famosa entrevista con Furio Colomo para el periódico La Stampa), mientras la cuestión idiomática, pasando del inglés al italiano o al francés sin demasiada coherencia, hace que se resienta la credibilidad del conjunto. Más interesantes son las cuestiones metacinéfilas que se plantean: según los escritos en los que estaba trabajando cuando murió, Ferrara recrea cómo podría haber sido una película de Pasolini, interpretada, además, por su actor fetiche, Ninetto Davoli (al que a su vez da vida en los años 70 Ricardo Scamarcio). Se consiguen así los mejores momentos de la cinta, o, al menos, lo más arriesgados. Sin cruzar ningún límite, en cualquier caso.
Estamos por tanto ante un filme que se intuye documentadísimo, denso y respetuoso, pero que, al final, se acaba quedando en una visión muy superficial de una figura tan importante como fue Pasolini. Vemos su militarismo político, su intencionalidad de escandalizar con su cine, sus tendencias sexuales… Se ve todo, sí, y al mismo tiempo, no se ve nada, ya que arroja mucha más oscuridad que luz, dando como resultado una película opaca, muy difícilmente accesible para un público poco conocedor de la filmografía del realizador italiano.
Muy Buena thank u