En los últimos años, un importante foco de interés hacia el cine que viene de Israel se ha centrado en el acercamiento de los jóvenes realizadores al género fantástico, como mecanismo de evasión frente la conflictiva situación del país[1]. Por ese motivo, resulta llamativo el estreno en cines españoles de manera casi simultánea (entre el 13 de Marzo y el 17 de Abril), en contraposición, de cuatro trabajos de nacionalidad israelí muy ilustrativos, que se enfrentan a los problemas internos de manera directa, ofreciendo un futuro muy incierto para la nación. Lejos de resultar un cine repetitivo de denuncia estancado en el conflicto palestino-israelí como tema principal, estos largometrajes son ejercicios autocríticos igual o más atrevidos que los que encaran la ciencia ficción, ofreciendo diversos puntos de vista a través de estilos opuestos, aunque en general reflejan la influencia común del cine de autor europeo.
El director y guionista Nadav Lapid, artífice de uno de esos estrenos de los que hablamos, Policía en Israel, y de La profesora de parvulario (que también llega a los cines en Junio), afirmaba en una entrevista[2] que “Israel es un país muy de derecha con un cine de izquierda”. En Policía en Israel[3], su ópera prima, Lapid ya apuntaba, en 2011 (llega a nuestras pantallas con cuatro años de retraso), un posicionamiento, común a los filmes que vamos a comentar, que deja muy poco espacio a la ambigüedad. Con el terrorismo de telón de fondo, Lapid en este caso lo utiliza para cuestionar la forma de combatirlo por parte de las brigadas policiales, en las que cualquier método es válido, más allá de los «daños colaterales» que puedan provocar. “En la guerra contra el terrorismo no hay ética”, decía uno de los jefes más polémicos de Shabak, Avraam Shalom, en el documental The Gatekeepers (2012), de Dror Moreh.
En la cinta de Lapid, la líder de un grupo de jóvenes que quieren iniciar un proceso de revolución para reducir las diferencias socioeconómicas en Israel, afirma que “la mayoría está paralizada por el miedo a los otros”. La noción de otredad es la que provoca los choques culturales, debido los diferentes lenguajes, religiones y mentalidades; algo que se observaba muy bien en la película El hijo del otro (2012) de Lorraine Lévy, y que rescata de una manera parecida Mis hijos, del director Eran Riklis. Basada en la novela autobiográfica Dancing Arabs de Sayed Kashua, cuenta la historia de un chico israelí pero árabe (una “minoría” que supone un 20% de la población del país), que es admitido para estudiar en un prestigioso instituto de Jerusalén. Riklis es un director que se caracteriza por el cuidado y el afecto que proyecta hacia sus personajes, y por una tendencia al costumbrismo. En Mis hijos, al principio su postura es forzada, remarcando demasiado la intransigencia de los judíos y el sometimiento a los musulmanes, algo que se entiende sin necesidad de subrayados emocionales. Pero finalmente, prefiere centrarse en la amistad y el amor como fuerzas superadoras de cualquier conflicto o diferencia. Un planteamiento quizás algo naif, pero que la aleja del maniqueísmo en el que podría haber caído.
La libertad como utopía
En una película anterior de temática similar a Mis hijos, Los limoneros (2008), Eran Riklis presentaba a una mujer palestina que luchaba contra la justicia israelí por sus derechos. Esta perseverancia es algo que caracteriza en mayor o menor medida a los personajes de las películas de las que hablamos en este artículo, al mismo tiempo que se evidencian las limitaciones de un estado al que cualquier choque con una mentalidad moderna y liberal le impide avanzar. El mejor ejemplo lo tenemos en Gett, el divorcio de Viviane Amsalem. Dirigida y escrita por los hermanos Roni y Shlomi Elkabetz (esta última también protagonista), Gett forma parte de una trilogía sobre la familia patriarcal en Israel, y el papel de la mujer en la misma, aunque intentando comprender las posturas de todos los personajes. Tras To take a wife (2004) y Shiva. Les 7 jours (2008), ofrecen su película más depurada, pero al mismo tiempo igual de visceral. En ella, Viviane, la protagonista, intentará poner un punto y final (que se antoja eterno) a la batalla que ha estado librando durante tres etapas: divorciarse legalmente de su marido, del que lleva años mental y físicamente separada. Sin embargo, Elisha, el marido, se niega a concedérselo, y en un país en el que no existe el matrimonio civil, su palabra es la que manda.
Gett es un thriller judicial que habla del sinsentido de unas leyes regidas por la religión. El tribunal, constituido por rabinos, crea situaciones de lo más absurdas, mientras el edificio del juzgado se convierte en un lugar claustrofóbico (como todo el país); los bruscos primeros planos, con fondos blancos o negros, potencian la sensación de que, más allá de esas paredes, no hay vida. Y probablemente, para los protagonistas no la hay. El guion está lleno de alusiones irónicas y despiadadas, pero son las miradas que hay detrás de las palabras las que hablan mucho más. Las escenas pueden acabar pareciendo algo repetitivas, y el discurso, una extensión de lo que llevábamos viendo desde la primera parte de la trilogía; pero es precisamente así como los realizadores consiguen crear un bucle sin solución, que atrapa al espectador como angustiado asistente a este frustrante proceso.
Menos elocuente visualmente que Gett, pero mucho más empática, es La fiesta de despedida, de Tal Granit y Sharon Maymona, su primera película tras dos cortos y un mediometraje. El filme lleva a cabo la siempre difícil tarea de tratar de manera distendida y cómica un tema serio, en este caso el de la eutanasia. Y el resultado está bastante logrado, especialmente por el respeto que se muestra hacia su profundamente dramático trasfondo. Como Eran Riklis, los directores relatan la historia desde el humanismo, realizando un acercamiento emotivo y bienintencionado a la vejez, pensado para agradar a un público general más amplio, para el que resultará muy asequible. Con un espléndido reparto y una conclusión sutil, que no se recrea en la tristeza y deja fuera de campo el momento más trágico de la cinta, La fiesta de despedida deja sin embargo una sensación agridulce, que se corresponde con el tono general de una cinematografía que ya no necesita salir fuera de sus fronteras para encontrar la auténtica raíz de sus problemas.
[1] BROOK, Tom, “Israeli cinema: from conflic to fantasy”, BBC Culture, 13 Noviembre 2014 http://www.bbc.com/culture/story/20141113-the-first-hasidic-western y GRAY, Julie, “Stories withoit borders: Emergent Israeli Films”, Script Magazine, 3 Julio 2014 http://www.scriptmag.com/features/columns/without-borders/emergent-israeli-films
[2] Entrevista realizada en la Revista Mabuse por Andrés Nazarala, Nº 90, Enero 2013, http://www.mabuse.cl/entrevista.php?id=86556
[3] Crítica en Tierra Filme http://www.tierrafilme.com/2015/03/criticas-policia-en-israel.html
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