Lo bueno que tiene ganar algún premio en un festival importante, sobre todo el principal, es que te asegura un recorrido mayor por las carteleras de todo el globo. ¿Habría llegado a España la nueva película de cineasta sueco Roy Andersson de larguísimo título? Puede ser, el director ha conseguido bastante reconocimiento en su larga aunque escueta trayectoria, pero sin duda venir con el León de Oro del pasado Festival de Venecia bajo el brazo ayuda bastante. Una paloma se posó en una rama a reflexionar sobre la existencia es la tercera parte de la trilogía que Andersson comenzó en el año 2000 con Canciones del segundo piso (tras 25 años sin estrenar un largometraje), y continuaría en el 2007 con La comedia de la vida. Comedias absurdas con un amplio trasfondo, una tónica que sigue en esta nueva película.
Si nos quedamos en la superficie Una paloma… puede parecer una tontería, un capricho vacuo. Una serie de planos fijos en los que el único movimiento que puede encontrarse en algunos es unos apenas imperceptibles cameos. La tónica es el absurdo, el sin sentido aparente y el patetismo. No es raro que un público poco receptivo lo capte como una serie de sketchs sin demasiada gracia. Pero nada más lejos de la realidad, ya que tras esta capa, Andersson expone un interesante planteamiento sobre la condición humana y la existencia, llevada a un extremo que, sin embargo, no se aleja tanto como parece de la realidad.
Hay un mínimo hilo conductor en el film, el formado por Sam (Nils Westblom) y Jonahtan (Holger Andersson), dos vendedores del mundo del espectáculo que entre pasajes de diferentes personajes, se dedican a deambular intentando ganarse la vida sin éxito. El humor precisamente surge de los tristes que nos resultas estos dos compañeros, que son todo lo contrario de lo que podría esperarse de dos personas que se dedican a su profesión, y que sin embargo, concuerda con lo que suele pasar, manera habitual, en el mundo real, no así en el cine y mucho menos en las comedias. Estamos, sin duda, ante una película especial.
Destacar la total libertad de Andersson a la hora de usar los distintos elementos y posibilidades cinematográficas. Un personaje habla, en una escena, a cámara, directamente al espectador. Esto se repetirá a lo largo de la obra sin que se convierta en norma. Lo mismo ocurre con el uso de las diferentes épocas que hace la película. Andersson igual nos introduce mediante letreros (la escena que tiene en 1943 es una de las mejores sin duda), que mezcla la actualidad con el pasado, o directamente nos lanza a ello en un sueño aparente sin aviso. Todo eso para conformar un tupido mapa de referencias y matices en los que la sociedad y el ser humano se ven deformados, pero sin duda alguna reflejados.
Pero, como llevamos todo el texto comentando, es una comedia. Tiene cierto tono británico en el humor, aunque algo más seco (es lo que habrían hecho los Monty Python si hubieran sido nórdicos). La película obviamente no renuncia a eso, y ya desde su primera escena su banda sonora, de carácter saltarín y dinámico, nos mete de lleno en el asunto. Eso sí, en su último tercio el ritmo renquea un poco, las secuencias teatrales en este punto del filme entran en un terreno más melancólico y la comedia se repliega, aunque consigue acabar a un nivel alto.
Roy Andersson usa el absurdo y el surrealismo para reflejar al ser humano mucho mejor que películas consideradas hiperrealistas. Una divertidísima comedia a la que se le puede sacar muchísimo de su interior a poco que uno esté interesado. Y sobrevolando sobre todo, la paloma, que apenas se ve, pero que se oye durante todo el filme. ¿O las palomas somos nosotros, las personas? Sobre ramas, reflexionando sobre la existencia y su sinsentido.
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