Reseña de Miguel Delgado
La evolución de la saga Misión: Imposible ha sido bastante errática. Basada de manera muy libre en una serie de televisión de los años 60, la primera entrega del reconocido Brian de Palma (Mission: Impossible, 1995) era una excelente película de espionaje y acción, equilibrando muy bien todas sus partes y con el habitual buen hacer visual del director. Tras este éxito, unos años más tarde llegó la secuela (M:I-2, 2000), que quedaba reducida a una chulería de acción burda sin pies ni cabeza perpetrado por John Woo que no convenció a nadie. Un tiempo después, J.J. Abrams se encargo de la tercera parte (M:I-3, 2006) en lo que fue su debut cinematográfico. Una película que mejoraba con mucho la anterior, pero que aún así se veía lastrada por una historia romántica muy mal metida en la trama y una dirección sin pulir aún del todo. Desde entonces Abrams no ha abandonado una saga (quedándose como productor) que aún tuvo el fuste necesario para una cuarta entrega en la que nadie confiaba demasiado, aunque el nombre de Brad Bird tras las cámaras daba un rayo de esperanza.
Para sorpresa de todo el mundo, Misión Imposible: Protocolo Fantasma (Mission: Impossible – Ghost Protocol, 2011) conseguía que el estilo que no había terminado de funcionar en las anteriores secuelas encajase como un guante para crear una de las mejores películas de entretenimiento puro de los últimos años, en la que el estilo de acción hiperbólica, los gadgets exagerados y la pirotecnia desenfrenada creaban un producto sin fisuras. Estaba lejos del aire clásico de espías de la cinta de De Palma, pero era un divertimento intachable. Este éxito de nuevo propició que se pusiese en marcha una quinta parte que ahora llega a nuestras pantallas, esta vez de la mano del guionista y algo menos prolífico director Christopher McQuarrie, director de la interesante Jack Reacher (2012). Parecía seguro que la película seguiría la línea de la anterior entrega, es decir, entretenimiento explosivo puro y duro. Pero como las buenas historias de espías, la saga vuelve a sorprender con un giro inesperado.
Y es que lo primero que choca al espectador es que la principal escena que ha servido como reclamo comercial sea el prólogo de la película. Tras los habituales créditos en la saga, asistimos a otra escena en Londres, en la que ya se puede empezar a intuir un tono más tenso, pausado y oscuro, que salvo momentos puntuales será el tono general de la cinta. Esta secuela es sin duda la heredera más directa al tono que De Palma le supo dar a la entrega inicial, es decir, una clásica película de espías, donde los clímax no se basan en el salto imposible o la destrucción masiva, si no en los juegos de manos, la tensión y el cuerpo a cuerpo. Una atmósfera que la saga solo había recuperado de manera pasajera en el estimulante prólogo de la película dirigida por Abrams. Solo una larga persecución en Marruecos se sale de esta tónica, pero gracias a la vibrante dirección de McQuarrie no resulta impostada. El director sabe dar a cada momento lo que pide, además de manejar el ritmo con un pulso de hierro. Visualmente es también una película muy orgánica gracias a la fotografía de Robert Elswit, con un curioso uso del grano muy pronunciado, llegando a crear, eso sí, ruido en algunos planos muy oscuros de la cinta. Nada que sea demasiado molesto, en cualquier caso.
Si la saga ha seguido viva todos estos años ha sido gracias a Tom Cruise, sin ninguna duda. Quitando su irreconocible papel en la entrega dirigida por Woo, Cruise ha sabido encajarse al personaje de Ethan Hunt a la perfección. Y es que dentro de los requerimientos de la película, Cruise es prácticamente el mejor actor del mundo en lo suyo, esto es aportar un gran carisma y actuar de verdad, al mismo tiempo que protagoniza grandes escenas de acción. Aquí de nuevo se encuentra intachable, y lo mismo ocurre con el resto del reparto. Sorprende el personaje de Simon Pegg, con casi tanto protagonismo como el de Cruise y que sirve de contrapunto cómico, menos cargante que en Protocolo Fantasma. A su lado Jeremy Renner, Ving Rhames y Alec Baldwin se ajustan a sus papeles secundarios sin problemas, involucrados en la película completamente. La relativamente desconocida Rebecca Ferguson supone una de las grandes sorpresas, con un personaje muy bien escrito que ella interpreta de manera señorial. Y si a todo esto le sumamos la presencia de un buen villano (algo de lo que ha adolecido la saga), al que pone una inquietante y siniestra cara Sean Harris, tenemos el cóctel actoral perfecto.
Así pues, tenemos una historia de espionaje de aire clásico, dirigida de manera intachable por McQuarrie, que incluso bebe de los maestros como Hitchcock para crear escenas estupendas como la de la ópera de Viena, y con un reparto en estado de gracia. También acompaña la vibrante banda sonora de Joe Kraemer y el magnífico uso de Turandot de Puccini. Esta sorprendente vuelta a los orígenes se encuentra a la altura de la primera entrega, también de la cuarta y por momentos podría ser la mejor de todas. Paramount se ha dado prisa en confirmar una sexta entrega, que mientras siga por este camino no habrá ningún problema, aunque espero que arreglen el problema de las compañeras femeninas de Hunt, que han ido siendo remplazadas película a película mientras que las presencias masculinas se han ido manteniendo (toda la saga Ving Rhames, tres películas Pegg y dos Renner). Sería de agradecer volver a ver a Fergusson o a Paula Patton de nuevo en la franquicia. En cualquier caso, el mejor entretenimiento del verano.