La 63 edición de Festival de San Sebastián se inauguró ayer, con mucha expectación por parte del público, con Regresión, último trabajo del director Alejandro Amenábar, al que se esperaba desde hace 6 años tras Ágora (2009). Un filme con, de nuevo, reparto internacional, y una vuelta al género que le dio prestigio a finales de los 90 tanto en nuestro país como fuera del mismo, el thriller psicológico, aderezado con algún tinte de terror. El título hace referencia a la terapia a través de la cual las personas pueden recordar aspectos de su pasado (generalmente traumas) que han ocultado inconscientemente. Por tanto, Amenábar habla de un tema que le es conocido, el de la mente y sus entramados, y de cómo la imaginación se integra en la realidad.
Pero hete aquí que lejos de encontrar a un realizador más maduro y asentado con una filmografía más que estimulante, Regresión parece obra de un director novel no demasiado hábil que se limita a copiar patrones estadounidenses, y además, a hacerlo sin demasiado empeño. La poética visual de Amenábar desaparece para dar paso a un producto efectista, que tira de recursos tan manidos como sonidos fuertes, luces que se apagan o pesadillas surrealistas para generar una ambientación que nunca se asienta ni explota. En el caso de los sueños, forzadamente introducidos, es más frustrante si cabe, teniendo en cuenta que estamos ante el artífice de Abre los ojos (1997), un hito dentro del cine español de ciencia ficción, en el que lo onírico se integraba en la narración de manera tan adecuada como necesaria.
Al desarrollo nulo de los personajes y de la trama, con el imprescindible giro de guion que se adivina desde el comienzo, se une además la introducción del tema del satanismo en Estados Unidos, en el cual es muy fácil caer en el ridículo. Amenábar no lo hace, pero por el simple hecho de que no profundiza en ello, ni le abre ninguna cuestión al espectador. El único aspecto en el que parece querer potenciar esta parte del argumento es con la muy evidentemente sobreutilizada banda sonora de un Roque Baños queriendo emular al Jerry Goldsmith de La profecía (1976).
Regresión se podría entender (y tendría incluso más sentido) como una parodia del género, del que imita todas sus características de la manera más plana. Pero todo es demasiado intenso como para que podamos creer que Amenábar no se lo está tomando en serio. Por tanto, el resultado es un artefacto ruidoso e impersonal, que parece hecho por encargo y con desgana; una cinta de segundo nivel que decepcionará incluso a los que aún esperaban que nos trajera de vuelta a la mejor versión del realizador.