Comenzamos a abarcar una de las secciones favoritas del Festival de San Sebastián, Perlas, en la que se proyectan algunas de las películas más aclamadas y premiadas de otros festivales. Una de las primeras que se ha podido ver este año ha sido Sicario, de Denis Villeneuve que participó en la Sección Oficial de Cannes. Villeneuve, un habitual del Zinemaldia, se ha ido convirtiendo en los últimos años en un auténtico especialista en thrillers atmósfericos, dominados más por la imagen que por la palabra o por el argumento. Sin embargo, en Sicario, siguiendo su estilo, toca un tema muy potente: estamos ante una película policíaca sobre una agente del FBI que tiene que colaborar con un equipo corrupto de la CIA
para desmantelar un cartel de droga mexicano.
El protagonismo de una mujer en un ambiente generalmente masculino puede remitirnos a filmes como La noche más oscura (2012), e incluso algunas partes, como esa redada en negativo, recuerda al final de la película de Kathryn Bigelow. Villeneuve juega con los momentos de tensión, midiendo las intensidades y poniendo al límite a los personajes (encarnados por un reparto de lujo en el que destacan Emily Blunt y Benicio del Toro). Además, sabe rodearse de un equipo técnico a la altura de lo que se requiere, destacando la fotografía de Roger Deakins, la estupenda y perturbadora banda sonora de Jóhann Jóhannsson (que demuestra una versatilidad extraordinaria si lo comparamos con su trabajo este año en La teoría del todo), y los efectos visuales y sonoros. Quizás Sicario no tenga los mejores momentos de la filmografía de Villeneuve, pero en conjunto, podríamos hablar de que estamos ante su trabajo más redondo.
Sin salir del cine estadounidense, también ha pasado por San Sebastián la gran triunfadora del pasado Sundance, Yo, él y Raquel, ganadora del Gran Premio del Jurado y el del Público. Jesse Andrews adapta su propia novela homónima en torno a los problemas de identidad propios de la adolescencia, utilizando como desencadenante una curiosa amistad generada por una enfermedad terminal. El director Alfonso Gómez-Rejón imprime a la película la frescura que parece provenir de su trabajo
en la serie Glee, haciendo que, aunque su aspecto visual remita claramente al indie, se distinga por su tono irónico, adrenalítico y desencantado, alejado casi todo el tiempo de tremendismo. Influye en esto el buen hacer de su joven reparto, soluciones ingeniosas como los momentos
en stop-motion, o las hilarantes y constantes referencias cinéfilas
, a las que es casi imposible seguir el ritmo. El problema surge a la hora de abordar el tramo más dramático de la historia, cuando Andrews y Gómez-Rejón se deja llevar por lugares comunes y convierten en un producto de consumo adolescente del tipo Bajo la misma estrella (2014) lo que estaba siendo un excelente divertimento.
The Assassin: Inacción poética
Unade las películas más esperadas de las Perlas, y probablemente de todo el festival, era The Assassin, del taiwanés Hou Hsiao-Hsien, ganador en Cannes del mejor director por este trabajo
. Con una línea argumental mínima, al margen de su contexto histórico, y propia de una historia wuxia (una joven entrenada por monjes para
asesinar a sus enemigos que comienza a cuestionar los planteamientos de sus maestros), nada tiene que ver The Assassin con filmes como Tigre y dragón (2000) o The Grandmasters (2013), por poner dos de los ejemplos del género más autorales.
Hou Hsiao-Hsien va más allá de la sensibilidad de Ang Lee o de la búsqueda de identidad de Wong Kar-Wai: con un deslumbrante prólogo en blanco y negro y cuatro tercios, que ya anticipa casi todas las bases de la película, se trata de una sucesión de estampas poéticas, de marcado carácter teatral (aunque sin apenas diálogos), en las que se intercalan breves, escasos y aislados momentos de acción. La plana (casi inexistente) psicología de los personajes contrasta con la exuberancia de las cuidadísimas ambientación y fotografía, e incluso con la banda sonora, que potencia la sobriedad de un conjunto tan lírico como impenetrable. The Assassin es una película para disfrutar estéticamente, más a través de los sentidos que de la cabeza, y si uno se deja llevar, la experiencia es indudablemente atractiva.
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