Si nos acercamos a los primeros días de la Sección Oficial de la 63ª edición del Festival de San Sebastián, vamos a encontrar una tendencia generalizada a preocuparse más por el plano estético, visual y ambiental de las películas que por el argumental. Porque viendo obras tan dispares como Sunset Song de Terence Davies, Sparrows de Rúnar Rúnarsson, Evolution de Lucile Hadzihalilovic, y Eva no duerme de Pablo Agüero, observamos ejercicios técnicos muy potentes que, sin embargo, adolecen de una narración a la misma altura, aunque en el caso de Rúnarsson y Agüero estén mejor llevadas.
Centrándonos en primer lugar en Sunset Song, en la que Davies adapta la novela de Lewis Grassic Gibbon, estamos ante un trabajo poético, de fuerte influencia pictórica, enmarcado por bellas canciones escocesas introducidas en momentos claves del relato, pero que se pierde en la propia inmensidad de lo que quiere contar. Ambientada en la época pre Primera Guerra Mundial, Davies continúa la tendencia del cine británico actual de introducir un mayor realismo en las historias de época, lejos del romanticismo impostado. Sin embargo, en este caso, esta intencionalidad se traduce en languidez y frialdad, y ni la estupenda interpretación de Agyness Deyn consigue transmitir interés ni emoción por lo que ocurre.
En el caso de la islandesa Sparrows pasa quizás lo contrario: si en su sorprendente ópera prima, Volcán (2011), el director Rúnar Rúnarsson se mostraba frío y distanciado en favor de una ambientación muy concreta, en la que el paisaje tenía una importancia fundamental, aquí, aún con las mismas características, vemos una evolución en su forma de contar una historia en principio típica, la del paso de la inocencia a la desencantada madurez. Como si de Boyhood se tratara, Rúnarsson toma a los personajes de su cortometraje TwoBirds (2008), y hace que el protagonista (un Atli Óskar Fjalarsson que bien podría ser candidato al premio), 7 años después, vuelva a su pueblo natal para vivir con un padre, al que conoce menos aún que a sí mismo. No es de extrañar que en un concurso televisivo que ambos ven juntos, suene la canción Fix you de Coldplay: padre e hijo tienen que curarse, que arreglarse el uno al otro, para seguir adelante con sus vidas, aunque también deben hacerlo individualmente. Con personajes desarrollados a través más de silencios y de planos que de palabras, encontramos en Sparrows una de las obras más solventes que han pasado este año por el festival.
El mal cuerpo: Evolution y Eva no duerme
En contraposición a las anteriores, una de las propuestas más arriesgadas del Zinemaldia ha sido la francesa Evolution, de Lucile Hadzihalilovic, y es de extrañar que podamos verla participando en la Sección Oficial y no en otras dedicadas a trabajos más experimentales, como Zabaltegi. En este filme vamos a encontrarnos una fábula turbia sobre una isla en la que no hay hombres, solo la habitan mujeres y niños, y en la que la reproducción es todo un misterio. Con gran fuerza en sus imágenes, tan oníricas como desagradables, la directora deja poco a la imaginación, visualmente hablando; pero la historia se nos escapa continuamente. Demasiados interrogantes sin resolver en un trabajo que, sin embargo, no puede menos que valorarse, por salirse de todo convencionalismo y dejar a los espectadores revolviéndose incómodos en sus asientos.
Tampoco va por los caminos esperados Eva no duerme, de Pablo Agüero, que hace un repaso de toda la historia de Argentina en tan solo tres largos actos de marcado carácter teatral, separados por imágenes de archivo y la voz narradora de Gael García Bernal, con la excusa de la perversa odisea por la que pasa el cadáver incorrupto de Eva Perón a lo largo de los años. A través de un uso teatral de la iluminación, la recreación de ambientes y la presentación de personajes (destacando al intrepretado por el siempre estimulante Denis Lavant), Eva no duerme deja en evidencia lo mucho que aun queda por experimentar y descubrir en algunos géneros con patrones demasiado establecidos, como es el caso del histórico.
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