Analizamos desde dos perspectivas diferentes la última obra de Woody Allen, que antes de estrenarse en cines españoles, ha pasado por la sección Perlas del Festival de San Sebastián.
Reseña de Luis Suñer
Pocos cineastas tienen tan presente una sola obra literaria en su cabeza como Woody Allen con Crimen y Castigo de Fiodor Dostoievski. Una obra tan interesante, como estimulante resulta su reformulación a modo cinematográfico. Y es que el director de obras recientes tan anodinas como Blue Jasmine (2013), que se estancaba en un retrato poco trabajado de los intereses sociales ligados a la escala económica, regresa a sus diálogos más mordaces y elaborados cargándolos de un sustento filosófico y literario de lo más armónico. Allen trata la seriedad de un tema como el ilustrado en la novela del ruso, es decir, cómo puede cambiar la vida tanto del mundo como del propio individuo; el hecho de creerse con el derecho moral y (para sus protagonistas) racional, de convertirse en figuras superiores capaces de decidir quién merece vivir y quién no.
Irrational Man, genialmente interiorizada con Joaquin Phoenix y Emma Stone, sabe abordar las ideas románticas más pesimistas al fusionarlas con una pizca de existencialismo posterior a la Segunda Guerra Mundial, ideado por el mismo Jean-Paul Sartre, para dotar de un guion liviano y divertido a la trágica cavilación moral que desata los conflictos más irresolubles de la conducta humana. Para ello se acompaña de un dinamismo a golpe de música que agiliza las continuas idas y venidas de unas conversaciones que consiguen transportar lo teórico de la Filosofía al despertar vital de las emociones, impostándolas en lo más terrenal de la existencia práctica. Y como no podía ser de otra manera por parte del neoyorquino, todo ello se mueve irremediablemente en el espacio personal innato en la vida comunal, evocando a las casualidades trágicas y, sobre todo, a un estudio mostrado desde la comedia de la inevitable hilaridad de la vida que caracteriza al ser humano.
Reseña de Sofia Pérez Delgado
Abe es un nihilista profesor de filosofía, deprimido y desencantado, que se presenta ante los ojos de una alumna como un personaje fundamentalmente romántico, del tipo individualista y melancólico que enuncia frases como «I can’t write cause I can’t breathe». Con este comienzo, podría parecer que en Irrational Man vamos a encontrar la película más cínica de Woody Allen en años. Pero a mitad de metraje, el director introduce una trama en la que el protagonista encuentra la solución a sus problemas existenciales convirtiéndose en justiciero, y salvando, de la manera más radical, a una mujer anónima víctima de un abuso de poder. Abe comienza así su particular celebración de la vida, la cual sin embargo está narrada con un tono indefinido. Podríamos afirmar que estamos ante una revisión de Match Point (2005) en clave cómica, pero sin llegar a las parodias más puras e inspiradas del director.
Allen usa el filme como vehículo para hablar de nuevo de sus temas fetiche, tales como los celos, la impotencia, o lo complejo de las relaciones sociales y de pareja. Hay, por tanto, mucho fondo detrás, no nos estamos refiriendo a un divertimento vacío. De hecho, lo más interesante de Irrational Man probablemente sea su capacidad de mostrarnos la vida como una sucesión altibajos emocionales, más o menos profundos. Sin embargo, si no estamos ante una versión menor del neoyorquino, al menos sí que se encuentra muy alejado de los mejores trabajos en los que también analizaba cuestiones como la culpa y la banalidad del mal (la teoría que afirma que cualquier persona normal puede cometer actos atroces en un momento determinado), como Delitos y faltas (1989) y en menor medida Cassandra’s Dream (2007). Habrá que esperar al próximo año.
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