Reseña de Miguel Delgado
No hay muchos directores hoy en día en la misma situación que Jafar Panahi. Tras varios años de polémicas y censuras con el gobierno de su Irán natal, finalmente fue condenado en 2010 a 6 años de cárcel y 20 años sin poder dirigir ni escribir ninguna película ni abandonar el país. A pesar de esta prohibición, Panahi no ha dejado el mundo del cine, y mientras espera la resolución de la apelación que presentó, realizó de manera ilegal This is not a film (2011) y Closed Curtain -Pardé- (2013), trabajos que consiguió sacar a escondidas del país y presentarlos en festivales de todo el mundo. Esperemos que esto no le conlleve más problemas, y ahora estrena en nuestras pantallas Taxi, que igual que las otras no tuvo permiso para poder realizarla, y aún así pudo llegar a alzarse con el Oso de Oro en el último Festival de Berlín. Solo esto ya expresa una admirable pasión por el séptimo arte, pero no justificaría el prestigio ni la calidad en el caso de realizar malas películas. Por suerte, el talento de Panahi está más que probado y Taxi no es una excepción.
Debido a la peculiar manera en la que se ha visto obligado a realizar sus nuevas obras (sus dos anteriores películas están rodadas en residencias del director y esta última dentro del vehículo que le da título), tampoco hay demasiado conocimiento sobre ella, ni obviamente sobre los implicados. En los títulos de crédito solo aparece el nombre de Panahi, lo que crea ya la primera disyuntiva de la obra, pues aunque en muchas bases de datos se dé por hecho que es un documental, la película es lo suficientemente dinámica como para ver de manera bastante clara que los acontecimientos concretos que ocurren en la cinta son ficción. Seguramente haya contado con un reparto amateur y parte de los diálogos pertenezcan a la improvisación, pero seguramente haya un guión establecido sobre el que se trabajó.
Esto no es ningún caso un problema. Como hemos dicho, la película echa mano de pocos recursos, tres o cuatro cámaras colocadas estratégicamente dentro del taxi, más un teléfono móvil y una cámara de fotos para un par de momentos muy concretos, y solo con eso Panahi consigue sacar oro, con un montaje que no deja espacio al aburrimiento visual, sin que jamás se eche de menos planos distintos o que la cámara se aleje del vehículo. Algo digno de admirar, al igual que el género que ha decidido abordar esta vez, la comedia, siendo de lo más divertido seguir las aventuras del director, reconvertido para la ocasión en taxista, que recoge a una serie de curiosos y en ocasiones extravagantes pasajeros.
Obviamente, Panahi no se queda ahí y tras esta fachada hay un trasfondo de lo más valioso. Por una parte nos encontramos ante un reflejo de la sociedad iraní a día de hoy, contradictoria entre las antiguas costumbres y creencias y una falsa modernidad, como el pasajero que defiende la pena de muerte, las dos mujeres que van al manantial o el amigo que no denunció a un ladrón. Todo esto con las calles de Teherán de fondo, crea una visión interesante de la ciudad y el país en general. Por otro lado, la película es una poderosa carta de amor al cine, representado por un lado por ese personaje que se dedica a traficar con películas prohibidas que no pueden verse de ninguna otra manera, y en el de la sobrina, que en su interés cinematográfico nos lleva a conocer las totalitaria imposiciones del gobierno para dar su visto bueno y exhibir las películas. El director lo maneja con habilidad para no caer en lo maniqueo, pero exponiendo claramente una situación real, que a él le ha afectado como a nadie.
Taxi es una gran película. Igual no llegará a las entrañas del espectador, pero teniendo en cuenta que nos encontramos ante una comedia inteligente, divertida, comprometida y realizada en situaciones tan especiales, nadie puede decir que los premios le queden grandes. Como dijo Darren Aronofsky, presidente del jurado en Berlín: “Una carta de amor al cine, llena de amor a su arte, a su comunidad, a su país y a su audiencia”.
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