Reseña de Miguel Delgado
Si os acercáis al cine a partir de hoy, es posible que veáis entre las películas en emisión una que no os llamará la atención o directamente os echará para atrás debido a su título: Yo, él y Raquel, indescriptible ejercicio de absurdez perpetrado por los traductores pertinentes que decidieron que ese era el mejor nombre en español para Me & Earl & The Dying Girl. No vale la pena darle más vuelta a este tema que ya ha dado mucho que hablar debido a los evidente problemas que hay (en unos meses volveremos a ver otro caso sangrante con lo nuevo de Pixar), pero conviene que el espectador despistado sepa que lo que va a ver es algo bastante mejor de lo que indica ese nombre en nuestro idioma. Eso sí, no puedo resolver la duda si Rachel en versión doblada se llama Raquel o no. No sé que sería más absurdo.
La película de Alfonso Gómez-Rejon, uno de los máximos responsable de la serie American Horror Story, triunfo en el pasado Festival de Sundance, llevándose los premios más importantes en el campo de la ficción, y tras recorrer otros certámenes como San Sebastián, llega a nuestras pantallas. Cuenta la historia de un joven en un último año de instituto con una vida bastante anónima, que lleva su futuro con incertidumbre. Las cosas se pondrán patas arriba cuando una compañera sea diagnosticada con leucemia, lo que inesperadamente creará una amistad entre ellos. Se basa en la novela de mismo nombre escrita por Jesse Andrews (el autor se ha encargado también del guión). ¿Qué tiene de especial para estar causando tanto revuelo?
Lo primero es la forma. En la cinta de Gómez-Rejón el estilo visual es muy importante y la verdad es que crea una estética muy interesante, aunque no del todo original, con bastantes trucos que ya hemos visto antes en otras cintas indie de corte parecido o en el estilo visual de Edgar Wright. Aún así sabe manejar estos elementos con habilidad, utilizándolos con criterio según los momentos. Vemos secuencias de imágenes repetitivas y veloces para el paso del tiempo, y luego un largo y mantenido plano fijo para un momento de lo más intenso, por poner dos ejemplos acertados. Es probable que a algunos les asuste ese prólogo, excesivamente cool, pero por suerte, como hemos dicho, el tono adecuado aparece sin problemas. Como curiosidad, en la dirección de fotografía tenemos a Chung-hoon Chung, habitual colaborador de Park Chan-wook.
Entrando ya en la historia, tampoco resulta excesivamente original tratar esa juventud algo desamparada, que aún no se encuentra preparada para enfrentarse a los problemas de la vida. Ni siquiera tacharía de original la idea de los dos amigos realizando remakes amateurs de grandes clásicos (en seguida le viene a uno a la mente Rebobine, por favor -2008- aunque las referencias a Herzog son impagables). Sin embargo en este caso las presiones del protagonista, interpretado de maravilla por Thomas Mann, están llevadas de manera impecable, sin resultar ni pomposas ni maniqueas. Un placer ver como se puede tratar la adolescencia de manera tan interesante. Y según va avanzando la trama, al espectador se le va creando un nudo en la garganta que no se deshará hasta que haya pasado un tiempo desde la salida de la sala.
Puede que su final sea algo largo, pero sin duda es efectivo, y si uno consigue meterse dentro de lo que se cuenta, no podrá evitar tener que secarse los ojos sin haberse sentido forzado a ello. La película en general posee una sincera sensibilidad, que combinada con un humor ácido muy divertido crean una combinación ganadora. Ya hemos visto cintas que contaban algo parecido a Me & Earl & The Dying Girl, pero casi todas lo hacían peor. Muchos serán capaces de empatizar con el protagonista como en pocas películas del mismo tema, un viaje intenso sin duda. Un cinta que sabe amoldarse a ciertas convenciones, saltarse otras en el momento adecuado, adaptar los elementos disponibles de manera adecuada… En definitiva, la última gran película indie americana que conseguirá llegar al fondo del corazón del público. Y por favor, olvidad su traducción.