Hace tres años hablábamos en este mismo sitio web de Skyfall (2012), la sorprendente reinterpretación desde el homenaje que realizó Sam Mendes del personaje mítico de James Bond por su 50 aniversario, que desde que se introdujo en la piel del actor Daniel Craig, estaba viviendo una nueva época de gloria (a excepción del tropezón de Quantum of Solace -2008-). Sin embargo, parece que esta fase ha llegado a su término, ya que Craig ha afirmado que no volverá a vestir el traje del más famoso agente secreto. Y de finales, precisamente, nos habla su última película, Spectre: de muertos, de gente que muere y gente que resucita, de fantasmas que se pasean entre los vivos o que viven dentro de la mente. Por otra parte, la concepción del espionaje a la antigua del MI6 se desmorona ante el avance de las nuevas tecnologías y el sistema de vigilancia omnipresente que éstas ofrecen. Este nuevo film, en el que Bond se verá enfrentado a los conflictos de los tres relatos anteriores, servirá como obra referencial de toda la serie tanto literaria como cinematográfica.
Pero no nos equivoquemos, Spectre vuelve a dejar de lado la introspección y la nostalgia para irse por los terrenos del humor y de la acción desenfrenada. Sam Mendes ya sorprendió en Skyfall con su versatilidad, su capacidad para la parodia sin salirse del espíritu del personaje, y su elegancia para rodar secuencia espectaculares. Así lo vemos en el inicio de Spectre, que tiene lugar en México DF durante la celebración del Día de los Muertos, y que, empezando por un plano secuencia que uno desea que no se corte, sienta las bases de su deslumbrante ejecución, tanto en dimensiones amplias como en espacios cerrados (en este sentido destaca también la escena que tiene lugar dentro del tren). Pero aquí Mendes deja de lado el acercamiento al realismo para recuperar con energía adrenalítica el gusto de la saga por la inverosimilitud, aunque sin llegar al nivel de las disparatadas cintas protagonizadas por Pierce Brosnan.
A pesar de estar conducida con un ritmo regular y constante, en Spectre todo está llevado aún más al límite (incluido los caracteres de los personajes): los británicos mucho más refinados, los malvados mucho más estereotipados, momentos de peleas que son casi de cómic… Tener a Christoph Waltz como el antagonista es siempre jugar con ventaja, aunque se echa en falta más riesgo y originalidad en su recreación, en la que parece disfrutar haciendo de sí mismo. Bond y él deben enfrentarse a pesar de que se supone que les une cierto sentimiento fraternal del pasado, pero eso no se refleja en ningún momento. Hemos perdido definitivamente el estudio psicológico, y las relaciones son secundarias, a excepción de la que Bond mantiene con Madeleine Swann (Léa Seydoux), en el papel femenino más potente desde la Vesper Lynd de Eva Green en Casino Royal (2006).
Así las cosas, es conveniente entregarse al entretenimiento, reírse ante los excesos y deleitarse con la composición de planos de Mendes, apoyado por el estupendo trabajo de fotografía del sueco Hoyte van Hoytema, uno de los nombres actuales más fuertes en este campo, que sustituye de forma muy competente a Roger Deakins. Sorprende quizás la música de Thomas Newman, funcional, discreta y nunca sobreutilizada, en la versión más minimalista que esta clase de cine efectista se puede permitir; con el magnífico apéndice de la canción que acompaña los créditos, Writing’s on the wall, interpretada por Sam Smith, que debería convertirse en uno de los temas clásicos de toda la franquicia.
Resulta difícil como mínimo no disfrutar de una película en la que todo funciona, y además lo hace bien. Pero el factor sorpresa se ha acabado. Ya sabemos del carisma de Craig, del buen hacer de Mendes, de su capacidad como director de actores y de rodearse de un equipo técnico impecable… Todo ello queda reflejado satisfactoriamente en Spectre, pero no va más allá, lo cual puede resultar un tanto decepcionante visto el resultado anterior. Pero de cualquier modo, es un redondo cierre a una de las etapas más potentes de la versión cinematográfica del personaje de Ian Fleming. Bien está lo que bien acaba.
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