Las últimas películas de imagen real de Robert Zemeckis (Náufrago -2000-, El vuelo -2012- y El desafío) hablan de las luchas individuales de diferentes hombres: la aventura en solitario de Tom Hanks, por la supervivencia; la odisea protagonizada por Denzel Washington, por superar una adicción; y en esta que nos ocupa, encabezada por el siempre carismático Joseph Gordon-Levitt, se nos presenta la proeza de hacer realidad un sueño que parece imposible. Pero si en las dos anteriores buscaba la complejidad dramática, Zemeckis vuelve en El desafío al cine de entretenimiento que le hizo famoso en los años 80, recuperando parte del espíritu de sus primeros trabajos con un espectáculo de alto (nunca mejor dicho) nivel.
El desafío cuenta la hazaña del equilibrista francés Philippe Petit, que en 1974 cruzó en una cuerda floja las Torres Gemelas. Al cinéfilo puesto al día puede sonarle conocida esta historia, no tanto por su trascendencia posterior como por el exitoso documental que sobre ella realizó James Marsh (director de La teoría del todo -2014-) en 2008, Man on wire, que contaba con una importante labor de construcción. Zemeckis parece plantearse que, en el caso de tener que reelaborar la empresa de Petit, es mejor hacerlo desde la mayor ficción posible. Y de este modo nos traslada a una ambientación de fábula, recordando al Tim Burton en Big Fish (2003) o más recientemente al Jean-Pierre Jeunet en El extraordinario viaje de T.S. Spivet (2013). Sin dejarse llevar nunca del todo por la fantasía, El desafío es una cinta bienintencionada, en la que se eliminan la mayoría de los conflictos posibles, desde temáticos hasta narrativos, como se observa en la simplicidad con la que soluciona la cuestión idiomática.
Buena parte del filme consiste en la presentación de los personajes y la preparación del evento, el cual sugiere también cuestiones sobre los límites tanto físicos como sociales del arte en general, y de la performance en particular. Lo que hizo Petit fue un espectáculo para sorprender y deleitar a su público, y en eso transforma Zemeckis el tramo final de su película. A poco que se investigue, o si se ha visto el anteriormente mencionado documental, uno ya conoce cuál va a ser el desarrollo de los acontecimientos, por lo que el reto del director es el de generar tensión básicamente desde el apartado visual. Algo que consigue sobradamente. Zemeckis echa mano de las tecnologías más actuales, y como un niño, juega a hacer virguerías con ellas. En su deslumbrante última media hora, la sensación de vértigo que transmite es auténtica, apoyado además en elementos como la fotografía de Dariusz Wolski, habituado a este tipo de proyectos (desde la saga de Piratas del Caribe hasta Marte -2015-) y la banda sonora del habitualmente eficaz e inseparable del realizador Alan Silvestri.
El desafío es un entretenimiento sano, que no busca más profundidad que la de ser un bello homenaje a Petit y a lo que simbolizaron las Torres Gemelas en su vida y en todo el país, mucho mejor llevado que el de aquellas apresuradas cintas que salieron de forma inmediatamente posterior al 11 de Septiembre. Pensado para ser disfrutado en la pantalla más grande posible y por un amplio margen de público, nos encontramos, con permiso de Star Wars, con uno de los mejores estrenos de la temporada navideña.
excelente película gracias