Reseña de Miguel Delgado
Aunque ya tenía una carrera a sus espaldas, fueron The Fighter en 2010, y sobre todo El lado bueno de las cosas en 2012 las películas que situaron en el mapa cinematográfico a David O. Russell. Ser un director de películas con una masiva presencia en la temporada de premios ha llevado a la gente a polarizar la opinión sobre él. O se adora su particular estilo o se le considera sobrevalorado e inaguantable. A esta visión extrema tampoco ayuda su fama de ser un fascista durante los rodajes (actores como George Clooney o Lily Tomlin tuvieron experiencias bastante desagradables con el director) y una prepotencia latente en sus declaraciones. Lo último que habíamos visto de él era la aburrida y confusa La gran estafa americana (2013), que aun así consiguió un buen número de nominaciones a los Oscar, por lo que todo hacía indicar que su último trabajo, Joy, también tendría una presencia importante en la temporada de este año.
Y es que Joy tiene todas las características para entrar en las galas más oropelescas de este año: O. Russell cuenta por tercera vez con los muy queridos por la Academia Jennifer Lawrence y Bradley Cooper y trata una historia verídica de superación personal con un tono más clásico que en anteriores ocasiones. Sin embargo, parece que la película no ha terminado de convencer, la crítica estadounidense le ha dado la espalda y ahora se aleja más y más de las posibilidades de ser nominada. Resulta curioso a estas alturas este rechazo, pues posee varias características del cine del director que tanto pueden gustar a sus seguidores, y por otro lado es el film que contiene la trama más accesible y mejor contada de sus últimos trabajos. Y eso que la película no empieza bien, de hecho parece una continuación de su anterior cinta, con esa escena de presentación de personajes tras el pequeño prólogo en la que se monta un buen embrollo y se observan varias características presentes en la carrera del realizador: un exceso de dialogo y situaciones surrealistas capaces de poner a prueba los nervios del espectador.
Sin embargo, una vez pasado el primer acto marca de la casa, verborreico y artificial, Joy parece entrar en un consciente terreno más calmado en el que encuentra, como hemos dicho, un tono más clásico que la beneficia perfectamente. Algo claramente intencionado, desde su concepción (se rodó en formato analógico de 35mm), hasta la banda sonora original compuesta por West Dylan Thorson y David Campbell. La narración, también como en productos de otra época, se encuentra claramente estilizada, pero sin duda resulta interesante y se observa con agrado durante su visionado, en gran parte a un buen ritmo que solo se resiente un poco hacia el final, y un cuidado diseño de producción; pero sobre todo por el buen hacer de Jennifer Lawrence en el que probablemente sea su mejor papel hasta la fecha, y en el que más sinceridad transmite desde aquella ya lejana Winter’s Bone (2010) que la dio a conocer. Ella sola se carga el filme a sus espaldas sin ningún tipo de problema, dejando al resto del reparto en un correcto papel secundario.
Sin embargo, Joy no consigue librarse de ciertos males, como esa sensación de que cualquier paso en falso la habría convertido en un mediocre telefilme, así como la manía de David O. Russell de moverse sin parar alrededor de los personajes y esos acercamientos y alejamientos a sus rostros repetitivos y cansinos. Ambos aspectos revelan una, por otra parte nada nueva, falta de sutileza por parte del director que aquí juega por momentos en su contra y hacen que la obra no llega a ser tan redonda como podría haber sido.
La sensación final, con todo, es de haber asistido a un trabajo entretenido, muy divertido y con los valores suficientes como para situarlo un paso por encima de la mayoría de los trabajos de este peculiar director. Si disfrutaste de las locuras de sus últimas películas puede que Joy te decepcione, si no es probable que la disfrutes como lo que es, una buena película a pesar de sus pequeños defectos.