El cine de Todd Haynes resulta siempre estimulante por hablar de personajes que se enfrentan a las convenciones sociales. Esta vocación transgresora ha afectado en algunas ocasiones incluso al propio aspecto formal de sus trabajos, siendo el ejemplo más significativo el de la inclasificable I’m not there (2007), biografía de Bob Dylan que se alejaba conscientemente de cualquier tópico del género. Pero de forma más habitual, Haynes se muestra interesado por emular de manera muy evidente al cine del Hollywood clásico en trabajos que, como en Lejos del cielo (2002), se centran en la figura abnegada de la mujer, que al mismo tiempo, lucha por superar barreras que parecen insalvables en los años 50: ser consecuente con su naturaleza y sus sentimientos y a la vez que mantener el estatus a ojos de un colectivo intolerante. Esta es la tendencia que va a seguir Carol, su último y alabado filme.
And you don’t know why, you’re attracted to some people and not others, the only thing you really know is… You either are attracted or you’re not.
Con esta frase que un conocido le dice a Therese, joven dependienta que cae rendida ante los encantos de una mujer de clase alta (la Carol del título), se resume la tensión que influye todo el espíritu de esta adaptación de la novela de 1952 El precio de la sal, escrita por Patricia Highsmith: tras una poética puesta en situación, la película se transforma en un largo flash-back sobre los encuentros de estos dos personajes femeninos, entre los cuales se establece una conexión inmediata desde que se conocen (la escena del flirteo en la tienda de juguetes es impecable). La fragilidad de Rooney Mara (cuya Therese parece una reencarnación de Audrey Hepburn), arrasada por su primera experiencia amorosa real, se contrapone a la majestuosidad de Cate Blanchett. Carol se ve enfrentada a uno de los temas que más preocupan a Haynes, el de la relatividad de las cuestiones morales, oponiéndose a su rol de esposa, y sobre todo de madre (este último a la fuerza), para poder vivir según le dicta su conciencia.
Se ha identificado habitualmente el cine de Haynes como uno de los que más influencia recibe del pintor Edward Hopper, por su retrato de la melancolía y la minuciosidad con la que recrea la vida cotidiana. Efectivamente, el detallismo en Carol es uno de los aspectos más cuidados de la película, destacando la constante incidencia en las manos, como representación del contacto físico reprimido. Haynes muestras a sus protagonistas solas en el plano, tras cristales, presas de un encerramiento interior. En contraposición sin embargo a Hopper, que buscaba un alejamiento a través de composiciones marcadamente artificiales, es evidente que Haynes, con su estilización de lo ordinario, tiene la intención de emocionar y trasmitir sentimientos muy intensos. Pero precisamente esa estructura tan elaborada, esa falta de espontaneidad, le resta pasión a una relación que, cuando por fin se consuma, deja una sensación fría. Quizás no estamos ante algo tan diferente a lo que planteaba Hopper al fin y al cabo.
Pero si podemos hablar de distanciamiento, o cierto estancamiento en la narración cuando la cinta deriva hacia la road-movie, según el relato vuelve al presente, y sobre todo, durante su liberadora secuencia final, a base de miradas muy significativas acompañadas del inspiradísimo tema musical principal compuesto por Carter Burwell, Carol se trasforma mágicamente en la gran obra que aspira a ser. Una conclusión tan arrebatadora que es imposible no caer rendido ante los encantos de toda la propuesta de Haynes.
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