Reseña de Miguel Delgado
En el 2001, Zoolander fue un fracaso comercial, pero con el tiempo se fue convirtiendo en una película de culto, gracias en parte a su buen uso del humor absurdo y satírico en su reflejo del mundo de la moda. En los últimos años se rumoreó durante mucho tiempo con la posibilidad de una secuela que nunca terminaba de arrancar, hasta que finalmente Ben Stiller, actor, director, guionista y en resumen creador de todo el invento ha podido traer a nuestras pantallas nuevas aventuras de su necio alter ego. Pero tras 14 años, ¿qué tiene que aportar esta secuela ahora mismo?
Si uno disfrutó con la entrega original, y no es uno de esos espectadores con una manía irreversible a Ben Stiller, probablemente tuviese como mínimo curiosidad por esta entrega. El comienzo no es del todo malo, con un cameo bastante bien resuelto y un prólogo que sirve de unión entre ambas partes, divertido y que pone en situación. Pero desde que comienza realmente la acción, la película va cuesta abajo y sin frenos sin parar. Para empezar aquí no encontraremos algo parecido a un guion. Es cierto que la anterior película no tenía un libreto al nivel de Ciudadano Kane, pero cumplía a la perfección con la labor de desarrollar un discurso de lo más irreverente. Ahora cualquier atisbo de sentido y lógica narrativa desaparece, se juega al «todo vale» más vergonzante.
Así pues todo se basa entre dispersos gags y sobre todo cameos. Muchos cameos. Demasiados. Cuando la cinta apenas lleva un cuarto de hora ya hemos asistido a, al menos, cinco o seis apariciones especiales, y uno ya puede hacerse una idea de que esa va a ser la tónica principal. También encontramos que, en comparación con la primera, las dosis de extravagancia, exageración y chabacanería aumentan sobremanera, estando esta más cercana al nivel de las últimas entregas de la saga Torrente (aunque más light).
La película puede resultar pues comprensible, al menos desde un punto de vista comercial, si pensamos en que su público potencial no será una legión de gente madura con tendencia freak hacía el personaje, sino más bien los típicos imberbes que irán a reírse de cualquier tontería gruesa que les echen a la cara. Pero es que aun así es fallida, pues resulta tremendamente desfasada, tanto en su argumento (en un intento de imitar al El código Da Vinci que poca gracia tiene ya a estas alturas) como en su selección de famosas apariciones, ya que mientras algunas estrellas pop si serán reconocidas en general, dudo que mucha gente que fuera capaz de disfrutar de esta película se emocione con los cameos de Susan Boyle, Billy Zane, Sting o Neil DeGrasse Tyson.
Hay que admitir que hay cuatro o cinco chistes que tienen cierta gracia, pero eso no salvan a el conjunto ni como mero entretenimiento, ya que las menos de dos horas que dura terminan haciéndose hasta largas. También ha habido un aumento del presupuesto que ha permitido que la película sea más espectacular en lo visual, aunque ciertos efectos visuales rocen el bochorno. El resto, un encadenamiento de secuencias sin ningún tipo de gracia e inspiración, inconexas y de mal gusto, que ni un reparto solvente en anteriores ocasiones consigue levantar. Hay incluso algunos momentos sexistas de bastante vergüenza ajena. Una secuela que llega tarde y mal.