Hace unas semanas llegaba a nuestras salas Capitán América: Civil War (2016), película que inicia la Fase 3 de Universo cinematográfico de Marvel, y aúna a prácticamente a la totalidad de los personajes presentes en las anteriores (y alguna futura) entregas en un equilibrado cóctel de trascendencia y diversión. Dentro de las adaptaciones a la gran pantalla de la famosa editorial de cómics, aunque aislada de esta franquicia protagonizada en su mayor parte por el equipo Los Vengadores, una de las sagas que se ha mantenido desde principios de siglo ha sido la de X-Men. Ésta llegó a su mejor nivel en Días del futuro pasado (2014), que, al igual que la del Capitán América, hacía un repaso, a través de los viajes temporales, de casi todos los mutantes con los que habíamos disfrutado en los filmes previos. Ahora se estrena la continuación de aquella, siguiendo un recorrido histórico que llega a los años 80, y que supone el trabajo menos diestro de su principal artífice desde los comienzos, Bryan Singer, tanto delante (director) como detrás (productor) de la cámara.
Si en X-Men: Primera Generación (2011), durante la ambientación sesentera, asistíamos a los años de juventud, entre otros, de Mística, Bestia o Kaos, ahora serán Jean Grey, Cíclope, Tormenta y el Rondador Nocturno quienes se iniciarán como novatos en la batalla por la paz. Pero al contrario que en aquella celebrada precuela, aquí los personajes carecen del mismo carisma entrañable; por un lado, por el nulo desarrollo de sus personalidades (ni la de ellos ni la de ninguno; la confianza hacia el conocimiento previo del espectador provoca un desinterés por profundizar), y por otro, por el insulso elenco de actores escogidos (encabezado por la televisiva Sophie Turner). Los reyes de la función por tanto (dentro de las posibilidades) son de nuevo los ya veteranos James McAvoy como el profesor Xavier y Michael Fassbender como Magneto (pese a la introducción de absurdas tramas familiares relacionadas con éste último). Durante la primera parte, la película pierde enteros cada vez que ellos no intervienen, especialmente en los momentos en Alemania y Egipto, dominados por una estética hortera que irá impregnando toda la cinta, y protagonizados por un malvado (irreconocible Oscar Isaac) que parece directamente sacado de los Power Rangers.
Igualmente desfasados están los efectos visuales. Especialmente en las escenas de acción, cuanto más grandiosas quieren ser, más se nota su artificialidad digital. En éstas, además, la multitud de personajes no está manejada al mismo nivel, y al contrario que en las películas que comentábamos al principio, algunos aparecen y desaparecen sin explicación durante extensos lapsos. Según avanza el filme, ya ni siquiera la presencia de McAvoy y Fassbender lo salva de un fracaso provocado por lo que parecen amables referencias a los trabajos anteriores, pero que realmente consisten en repetir personajes, escenas e incluso diálogos. Es algo especialmente evidente en el momento en la que Mercurio ralentiza el tiempo, uno de las mejores y más inspiradas ideas de Días del futuro pasado, pero que aquí se antoja forzado y sin gracia. Por el contrario, la grandiosa banda sonora compuesta por John Ottman mejora mucho a su predecesora, adaptándose a las situaciones y alternándose perfectamente con canciones de la época, e incluso con la enésima utilización cinematográfica de la Sinfonía Nº7 de Beethoven.
Como producto de entretenimiento sin más pretensiones (aunque muy poco cómico y distendido), X-Men: Apocalipsis transcurre con relativa efectividad. Pero como producción aislada del conjunto no funciona, y su seriedad tampoco es solemne, ya que la épica viene obligada más por un mínimo sentimiento de nostalgia para los seguidores de las andanzas de estos superhéroes que porque la historia así lo genere realmente. En conclusión, resulta un trabajo del todo intrascendente, el alargamiento de una saga que ya parece haber alcanzado sus cimas más altas, y que en la cinta que nos ocupa no hace otra cosa que precipitarse al vacío.