Reseña de Miguel Delgado
Jeremy Saulnier se hizo un nombre con Blue Ruin (2013), pequeño thriller independiente que consiguió el aplauso de la crítica y estuvo presente en el Festival de Cannes. Su siguiente paso no se puede decir que haya ido por un camino peor. Green Room ha causado sensación en los festivales en los que se ha exhibido, y ahora gracias a la gran labor de La Aventura, llega a nuestras pantallas para que podamos disfrutarla. La premisa a grandes rasgos no puede ser más estimulante: un grupo de punk debe sobrevivir en el backstage de un concierto a una horda de nazis asesinos. ¿Está la película a la altura de las expectativas?
Lo primero que cabe decir es que no nos encontramos ante una cinta de género al uso. Aunque ha hecho gran parte de su carrera en festivales de fantástico y terror, Saulnier consigue esquivar la inmersión completa en el “slasher” tradicional (aunque algo de estilo sí hay, así como abundantes dosis de sangre), acomodándose más como un thriller oscuro, seco y desagradable, en el que no hay sitio para las salidas de tono y las fantasmadas peliculeras. Habría sido fácil que el filme virase hacia el gore más esperpéntico, pero Saulnier controla la narración con sobriedad. Los pocos momentos más distendidos se encuentran al principio de la cinta, de tal manera que cuando se entra en materia no se da un respiro al espectador.
El trabajo visual del también guionista de la cinta apunta siempre sin tacha en esta dirección. Uno de los aspectos más destacados de la película es esa estética punk tan bien utilizada, de exposición cuidada, lo que sin duda agradecerán los miembros de la tribu urbana y los aficionados al género musical (impagable el momento en el que el grupo versiona a los Dead Kennedys). También vale la pena resaltar la labor del reparto, sobre todo la de unos muy entregados Anton Yelchin e Imogen Poots. Mucho se había hablado de Patrick Stewart y su siniestro papel, y aunque el actor cumple de sobra, la sensación es que el personaje no termina de explotar todo lo que debería.
Hay algunos otros aspectos que no terminan de funcionar. Como es habitual es cintas de género o colindantes, Green Room posee una idea realmente simple (independientemente de sus posibles lecturas), pero Saulnier expone los giros que hacen avanzar la historia de manera confusa y acelerada, de tal manera que uno no acaba de entender el contexto entero de lo que está pasando en determinados momentos. Este enredo excesivo acaba desdibujando la esencia sociopolítica, de tal manera que al final son punks vs. neonazis del mismo modo que podrían ser mariachis vs. narcos.
Es una pena, porque Green Room se disfruta de lo lindo, aunque la sensación final es que la película termina por no ser redonda. Aun así vale la pena acercarse a ella aunque solo sea por su curiosa estética, novedosa e interesante para los géneros que toca. Parece bastante curioso que a nadie se le hubiese ocurrido antes la idea.