El estreno de Star Trek: Más allá, tercera parte de las precuelas (combinadas con líneas temporales alternativas) de la serie creada por Gene Roddenberry, coincide con una fecha fundamental, la del 50 aniversario de la franquicia, así como con dos tristes acontecimientos, los fallecimientos de Leonard Nimoy en Febrero de 2015, y de Anton Yelchin, que interpretaba a Chekov en este reinicio llevado a cabo por J.J. Abrams, el pasado mes de Junio. Sin embargo, pese a la importancia de esta película en la historia de la saga, Abrams se quedó en la producción (debido a sus obligaciones con Star Wars: El despertar de la fuerza -2015-), dejando la dirección en manos de Justin Lin, conocido por ser el responsable de las cuatro últimas entregas de Fast & Furious. Teniendo en cuenta esta referencia, el prólogo del filme puede desconcertar al espectador: frente a un comienzo tan fastuoso como el de Star Trek: en la oscuridad (2013), aquí el inicio es pausado, recreándose en los ambientes y mostrándonos la madurez y las contradicciones de Kirk y Spock con respecto a su futuro mientras recorren el universo a bordo del Enterprise. ¿Nos podríamos encontrar de nuevo ante un capítulo de Star Trek más dialéctico y reflexivo, como lo era en sus orígenes?
Nada más lejos de la realidad. Pasados los primeros minutos, Star Trek: Más allá se revela como una película con una línea argumental mínima y plana, que está narrada a golpes de acción a cada cual más excesivo, y de chistes en su mayor medida bien introducidos (los cuales probablemente vengan de la mano de Simon Pegg, coautor del, como ya hemos dicho, prácticamente inexistente guion), y que olvida su introspección solo para volver a rescatarla (de manera algo aleatoria y superficial) al final del filme. Lin se dedica a ofrecer una recital de efectos visuales y sonoros, que aunque son poco reprochables, ya no impresionan tanto como en el anterior episodio, y en el caso de los primeros, adolecen de un exceso del digital que es muy impropio de la obra de Abrams.
Es de agradecer sin embargo la mejor descripción que se da a los personajes femeninos, dentro de una saga que se ha caracterizado por su tendencia machista, algo que ha llegado incluso a las últimas películas (el tratamiento de Uhura y Carol Marcus en Star Trek: en la oscuridad era, cuanto menos, risible). Especialmente destaca la introducción de Jaylah (interpretada por Sofia Boutella), una guerrera fuerte e independiente que se carea sin problema con los protagonistas masculinos. Entre estos últimos, se echa en falta la presencia de un villano más contundente, al nivel del Khan de Benedict Cumberbatch en la cinta anterior.
En cualquier caso, no deja de haber momentos muy inspirados, como el de la destrucción del ejército enemigo al ritmo rock de Sabotage de Beastie Boys (que ya sonaba en la primera entrega de 2009). Aunque si nos referimos a su aspecto musical, es imposible obviar la omnipresencia de Michael Giacchino, que aunque en este caso abusa demasiado del tema principal, el cual ofrece en multitud de versiones (desde una para piano hasta otra que incluye una coral), reformula su trabajo en las dos anteriores películas para ofrecer nuevas composiciones acordes con la espectacularidad del conjunto (como la de la llegada a la estación espacial de Yorktown), y otras que incluso emulan (de forma adaptada al tono general) las disonancias de György Ligeti.
Hablando del compositor húngaro, entre las referencias presentes en el filme que van más allá de las de la franquicia original (que los seguidores disfrutarán enormemente) e incluso a sus dos predecesoras, resulta relevante la de 2001. Una odisea del espacio (1968), en los momentos opresivos dentro de la nave (entre los que también destaca una escena en el último tramo que además remite a Alien -1979-), o en el del viaje astral. Aunque la obra magna de Kubrick recibe alusiones constantes dentro del género de la ciencia ficción, Abrams y Lin trascienden la imitación respetuosa para adaptarlo a unos parámetros más comerciales.
Pero todas las citas de Star Trek: Más allá no hacen más que evidenciar la falta de identidad propia como trabajo independiente de este divertimento que, aunque veces funciona como sentido homenaje (con esa foto de la tripulación original, o el brindis final), posee un inevitable carácter insustancial. Un capítulo de transición dentro de un reboot que nunca ha buscado la trascendencia, pero que, si bien ese aspecto antes funcionaba como virtud, aquí deja el conjunto a medio gas.
Pingback: Oscars 2017 (2/4) | La película del día