Durante más de 20 años, Tim Burton fue el dueño indiscutible de la fantasía gótica en el cine. Adaptando el estilo lúgubre de los clásicos del terror y la serie B cutre de mediados del siglo XX, consiguió encandilar a la cinefilia general y marcar la infancia de unas cuantas generaciones. Hizo del cuento una obra maestra con títulos maravillosos como Eduardo Manostijeras (1990), Sleepy Hollow (1999) o Big Fish (2003), demostrando además saber gastar una mala leche considerable con películas como Mars Attacks (1996) o Sweeney Todd (2007). Pero algo cambió a partir de la superproducción de Disney Alicia en el país de las maravillas (2010), un película lamentable a la que seguiría la no mejor Sombras tenebrosas (2012). Este bucle pareció romperse con la animada Frankenweenie (2012), pero su penúltimo proyecto, Big Eyes (2012), aunque era una película con numerosos aciertos, no llamó la atención entre los críticos.
¿Ha perdido la chispa el señor Burton? Su último proyecto no resultaba muy prometedor. La adaptación de uno de esos libros juveniles tan de moda desde la salida de la saga de Harry Potter. La novela de Ransom Riggs es material a priori para el director, y seguramente el escritor se viera influenciado por él. Sin embargo el aroma a superproducción y a producto de consumo rápido, más que a la artesanía de su época dorada, hacía temer lo peor. Por suerte, la película está muy lejos de sus peores trabajos, consiguiendo durante gran parte del metraje mantener un encanto muy pronunciado, aunque en última instancia las flaquezas salgan a relucir.
La historia, que comienza con la relación entre un abuelo y su nieto, y las historias fantásticas que este le contaba de pequeño (puro Burton), acabará desencadenando el encuentro del joven muchacho con un orfanato lleno de niños bastante peculiares. La mitología sobre la que se asienta el relato es enrevesada, pero se agradece que aporte cierta originalidad en lo referente a este tipo de historias. Así, mientras la cinta va presentando a los personajes, asienta la trama y avanza firme y segura; se construye un cuento digno del nombre tras las cámaras, con momentos muy divertidos y un fondo de lo más triste (atentos al constante tema subyacente del nazismo).
Visualmente, a pesar de ser un producto de estas características y de poseer una gran cantidad de imagen digital, la película posee un aire artesanal, de texturas reales y stop-motion (salvo en algunos fx digitales imposibles de recrear de otra manera) que se agradece. Otro punto que funciona en su justa medida es el reparto, en el que brillan los jóvenes protagonistas Asa Butterfield y Ella Purnell, y un contenido Chris O’Dowd. Muchas caras conocidas aparecen, con Eva Green y Samuel L. Jackson sosteniendo papeles importantes pero que podrían haber brillado más, y otros rostros que solo sirven para rellenar como Rupert Everett o Judi Dench, que apenas tienen algo más que cameos.
Por desgracia, una vez que se encara el acto final, la cosa decae, primando una acción muy poco interesante y mal desarrollada, que se aleja bastante de lo mostrado hasta ese momento. Decisiones cuestionables, tanto en el plano narrativo como en el técnico, y en general una sensación de poca valentía (que se remata con el final del filme). El entretenimiento nunca decae y los defectos no hunden la visión general, pero sí que es cierto que resulta algo decepcionante. La música también es digna de mención, siendo esta la tercera ocasión en la que Burton no colabora con Danny Elfman (supuestamente demasiado ocupado), tras Ed Wood (1994, de Howard Shore) y Sweeney Todd (con la partitura del musical de Stephen Sondheim). De la partitura se ha encargado Michael Higham y Matthew Margeson, componiendo una más que decente banda sonora. Pero lo que la obra pedía era puro Elfman, el burtoniano de toda la vida, y se le echa de menos. No habría permitido el compositor seguramente ese inenarrable uso de la música diegética en la escena entre los esqueletos (se agradece al menos el homenaje a Jason y los argonautas -1963-) y principales villanos.
Y así, uno sale con una sensación agridulce, y de que el cineasta ha tenido tiempos mejores y sin embargo estamos ante un buen cuento, con bastante encanto, que los fans sin duda aceptaran sin ningún problema. Una pena que también dé razones a los detractores actuales para no hacerlo del todo. Sin embargo, vale como mínimo para mantener el interés un poco más mientras esperamos a su próximo proyecto.