Una mujer llega con sus hijas a casa, espacio que ya no vamos a abandonar. Dentro que lo que parece una tarde pefectamente normal, el padre, que las está esperando, hace acto de presencia en el hogar; pero lejos de la cotidianidad, su presencia parece que despertar problemas latentes. Recientemente proyectada en la sección Perlas del último Festival de San Sebastián, llega a las pantallas por segunda vez en unos meses un trabajo del belga Joachim Lafosse, tras el estreno a finales de Agosto de Los caballeros blancos (2015, por la cual ganó el premio al mejor director el año pasado en el certamen donostiarra), Después de nosotros. En ella observamos sin florituras ni dramatizaciones el proceso de desintegración de un matrimonio.
Marie y Boris deben hacer frente a una complicada separación: la casa que ella compró años atrás se ha revalorizado por las reformas que realizó él. Hasta que no decidan qué les corresponde a cada uno en caso de venta de la propiedad, Boris no tendrá dinero para marcharse a un apartamento, por lo que deben seguir conviviendo. No sabemos casi nada de lo que ocurre fuera de esas cuatro paredes, en qué trabaja ella, en qué negocios turbios está envuelto él… Todo queda en un segundo plano para centrarse en la inestable situación en la que se encuentran, que arrasa como un terremoto con todo aquel que les rodea, como padres, amigos, y sobre todo, a sus hijas gemelas, a las que Lafosse no deja de señalar como las principales perjudicadas del conflicto, presas de la comprensible confusión a la que les conduce la disfuncionalidad de su familia.
A principios de año también se estrenaba en nuestro país la argentina El incendio (2015) de Juan Schnitman, que hablaba de igual manera del final de una pareja fomentado por el dinero, o por la diferencia de ganacias entre los protagonistas, algo que acaba saliendo a la luz de un modo u otro. En el título original del filme de Lafosse reside su clave: L’économie du couple, es decir, cuánto vale una pareja cuando se ha terminado el amor. Todo acaba reduciéndose a lo monetario. ¿O no? La excusa del dinero y la casa, al igual que la cinta de Schnitman no hacían otra cosa que catalizar los problemas de base que ya existían en la relación, aquí podrían ser una excusa a la que se agarran Marie y Boris para permanecer juntos cuando ya solo les sostienen sentimientos como rabia, ira o resestimiento. Al fin y al cabo, la imposibilidad de cortar lazos que ahogan es uno de los temas recurrente del cine de Lafosse.
«Le he querido, pero ahora le odio» confiesa Marie, interpretada por Bérénice Bejo, cuyo drama recuerda al que la actriz vivía en El pasado (2013) de Asghar Farhadi, aunque aquí, pese a ser un conflicto igualmente incómodo y complejo, el enfoque es más empático. La sobriedad de Lafosse, lejos de resultar teatral, es plenamente cinematográfica, expresada a través de largas escenas en las que los movimientos de cámara y los planos secuencia muestran cómo las personas no se vuelven extrañas de la noche a la mañana, que los sentimientos no desaparecen de un día para otro (en ese sentido, la escena del baile es magistral), y que, aunque a veces sea necesaria, el miedo a la soledad paraliza cualquier movimiento. Solo al final de la película, cuando la tensión ya no puede sostenerse más, el realizador se permite abandonar el hogar familiar y ofrecer un relativo respiro tanto a los personajes como al espectador con una conclusión inevitable.
Pingback: Sin amor (Loveless -Nelyubov-, 2017) | La película del día