Reseña de Luis Suñer
La llegada (Arrival), la laureada cinta de del canadiense Denis Villeneuve, arranca con un prólogo cuanto menos desconcertante ante su premisa. En unos primeros minutos donde la sensiblería de Christopher Nolan parece haberse contagiado del alma del Terrence Malick de 2011 en adelante, encontramos un montaje que trata de acercarnos a los retazos de la cotidianidad y los traumas de una larga parte de una vida. Un mal presagio que nos deja entrever que, una vez más, no existe el coraje de realizar una cinta de ciencia ficción dura sustentando el relato en la temática abarcada. Claros ejemplos de ello son las recientes Interestellar (2014), donde Nolan recurre al amor paternofilial para superar las fuerzas de la física o Gravity (2013), en la cual Alfonso Cuarón no confía en el poder espectacular de sus imágenes y dirección y encuentra necesario añadir un elemento melodramático para lucimiento de su actriz principal que nada aporta a la trama. Y en el caso de la cinta que hoy nos atañe, acaba suponiendo un lastre al otorgarnos una historia a medio camino donde no se acaba de explorar ni su raíz genérica ni su vertiente romántica.
La llegada, se erige sobre un relato original del escritor Ted Chiang, un escrito corto capaz de adentrarse en cuestiones más profundas que las abrazadas por la película del director de Sicario (2015). Y es que el punto sobre el que se articula el filme no puede ser más estimulante. La llegada extraterrestre a la Tierra requiere del empleo de los lingüistas más brillantes para poder establecer una comunicación con ellos. Y es en el misterio, el miedo y la curiosidad ante un acontecimiento de esas características, que Villeneuve logra absorber en cierta medida al espectador. En ese aspecto, si bien la irrupción del coronel se antoja algo burda, todo el ritual a realizar por parte de la lingüista protagonista y el físico que la acompaña a tomar su primer contacto con los alienígenas goza de una atmósfera de lo más conseguida. Emulando al descubrimiento de las señales emitidas por el monolito lunar en 2001: Una odisea en el espacio (1968), sentimos el agobio de los personajes acompañados de unos acordes musicales disonantes, una secuencia en la que, si bien se viviría más realista desde el silencio, el acompañamiento orquestal de Jóhann Jóhannsson logra evidenciar la ansiedad vivida por los personajes.
No obstante, tras este primer acercamiento, se inician nuevos altibajos en la narración. Villeneuve se toma licencias en la dirección tales como presentar el progreso en la comunicación a modo de documental rompiendo la coherencia de la narrativa y su propio sentido, pues ese montaje no puede ser exhibido por ser una actividad totalmente secreta. Tampoco ayudan otros traspiés como la facilidad con la que los propios militares pueden interferir violentamente en la zona más vigilada del país, algo que sirve de excusa para enfatizar el misterio real que guardan los extraterrestres, pero quedando torpemente disculpado por el coronel, y sin darle apenas importancia alguna. Menos realista se antoja la relación entre países, sobre todo caricaturizando a Rusia y su trato de los “disidentes” o el caso de China. Mención especial tiene este último país, donde un general parece tener el poder completo del gigante asiático hasta tal punto que su opinión se contagia hacia otros Estados. Algo que no se acaba de explicar y deja sin abarcar un conflicto interesante como es la cooperación y conflictos entre los diferentes Estados donde han aterrizado las naves. Además, las investigaciones vecinas son tratadas desde el simplismo, haciendo concesiones en el guion demasiado pobres, como la facilidad en la que la lingüista Loise comprende la manera en la que trabajan sus colegas chinos.
El punto esencial de La llegada es la circularidad, la manera en la que se comprende el tiempo no lineal. Algo que ya se exploró también en el ámbito televisivo, por ejemplo en el segundo episodio de Star Trek: Espacio profundo nueve, con hijo muerto de por medio. Un elemento que ayuda a fluir el clímax mediante el juego entre el flashback y el flashforward al más puro estilo de Lost. Una manera de solucionar el incidente entre la humanidad y los extraterrestres que se gesta tras una escena previa donde se violan ciertos parámetros del lenguaje establecidos desde buen inicio sin justificación alguna.
Finalmente, es esta nueva percepción del lenguaje donde el futuro, el presente y el pasado se dan de la mano que se comprende el mensaje alienígena y las motivaciones psicológicas de su protagonista. Aunque quizás en este punto, se trabaje más otros aspectos que su propio presente, viéndose su decisión algo forzada, poco meditada y desde luego, para nada abarcada por parte del director. Porque al fin y al cabo, La llegada acaba por desentenderse de exploraciones profundamente filosóficas para perderse en las secuencias románticas y sensibleras que, circularmente, nos rememoran a cintas de ciencia ficción pasadas y, por lo que parece a juzgar por el éxito de éstas, también futuras.
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