Reseña de Luis Suñer
Que el cineasta Pablo Larraín se está consagrando como uno de los jóvenes directores a tener en cuenta en el panorama cinematográfico actual es ya un hecho. Su carrera meteórica así lo atestigua. Tras dar el salto hacia el reconocimiento internacional tras su presencia en Cannes con No (2012), nominada además al Oscar a mejor película de habla no inglesa, cosechó el éxito de la crítica con El club (2015) en Berlín así como con Neruda (2016), también en Cannes, y con Jackie (2016) en Venecia. Se aprecia pues una muestra de interés latente en el realizador tanto por los festivales europeos como por parte de Estados Unidos. Y es que Jackie supone la primera incursión del Larraín en el cine norteamericano. Algo que podría arquear la ceja de más de un espectador conocedor del carácter personal de su obra. No es el caso, pues en esta nueva cinta, pese a abarcar un episodio de la historia estadounidense y a priori su premisa nos remitiera a la idea de biopic al uso, el chileno opta por vías más originales como nos tiene ya acostumbrados en sus anteriores películas.
Con la reciente Neruda ya nos dejó claro que su acercamiento a un personaje histórico se iba a abarcar desde la fusión de las formas con la personalidad que trataba de retratar. Del mismo modo, el cineasta adapta el formato a la historia que narra. Para ello, en El club se valió de tonos apagados y una música agobiante para reflejar el carácter atormentado de sus personajes y en No, las cámaras utilizadas fechaban de los años ochenta. Y de todo ello se nutre también Jackie, encontrando patrones comunes de la filmografía del director. Estamos ante una cinta que lejos de mostrarnos la vida y obra de la mujer de J.F. Kennedy, nos sitúa en la semana posterior al asesinato de su marido ahondando en lo sentido y vivido durante esos siete días con pequeños flashbacks de su vida anterior en la Casa Blanca. Con interesantes recursos estilísticos como la substitución de la Jacqueline Kennedy real por Natalie Portman en la realización de un show televisivo que fue un gran éxito de audiencia, nos sumergimos de lleno en la personalidad de su protagonista. Mientras por un lado tenemos la Jackie anterior al atentado, que se muestra servicial y amable, pese a reconocer sus problemas maritales, por el otro, y el más explorado, es el de la mujer rota con la que se inicia el filme. Y es que la cinta se abre con fuerza, con un rostro de Portman cargado de auténtico dolor que será el motor narrativo de un relato fragmentado.
Con el mcguffin de la entrevista a la ex primera dama por parte de un periodista, descubrimos de manera no cronológica lo vivido y padecido por una mujer afectada que se abandona de correctismos para mostrar desde la privacidad su cara más oculta. Por un lado la incomprensión y el patetismo del momento de la muerte de Kennedy y su reacción en frío del momento; por otra, el entramado político que se esconde en el protocolo posterior a esta inesperada muerte. Mientras observamos los rasgos familiares y emocionales, como la obligación de darle tan terrorífica noticia a sus hijos, la necesidad por honrar en su funeral la figura del marido y sus dilemas religiosos compartidos con el cura al que da vida el recientemente desaparecido John Hurt, encontramos por el otro lado, de manera menos directa, pues afecta menos a la protagonista del filme, las disquisiciones del presidente Lyndon Johnson, las motivaciones de Bobby Kennedy y la seguridad que rodea a la celebración del funeral partiendo de la representación de los jefes de Estado que asistirían a dicho acto. Nos muestra además sin tapujos la antipatía del personaje al que refleja, dejando entrever su materialismo y desmitificando también la figura del presidente con la incursión en la Bahía de Cochinos de Cuba, la gestión de la crisis de los misiles y el desarrollo de la guerra del Vietnam como elementos que se contradicen con otras políticas más sociales como la lucha por los derechos civiles, vista por Jacqueline y Bobby más como un logro personal que como un deseo real.
Nos deja pues Larraín una historia tan real como coherente donde su descarnada historia se torna poderosa con la fuerza de su actriz principal, su fragmentación del relato y la inteligencia con la que está usada la música de Mica Levi en sintonía con el pulso de la dirección. No estamos ante la más arriesgada de las películas de su director, pero pese a su incursión en el cine estadounidense, sigue guardando la personalidad con la que encandiló a público y crítica con cintas más redondeadas como Neruda.
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excelente película gracias