Reseña de Luis Suñer
Con el prestigio de su nominación al Oscar a mejor película de habla no inglesa, encontrando un hueco entre las favoritas Toni Erdmann (Maren Ade, Alemania) y El viajante (Asghar Farhadi, Irán, esta última finalmente ganadora), llega a nuestras salas Land of mine, una cinta danesa dirigida por Martin Zandvliet. Un acercamiento histórico a las secuelas inmediatas de la II Guerra Mundial en el país nórdico. Una vez vencidos los alemanes, las fuerzas danesas tomaron como prisioneros a soldados germanos muy jóvenes, apenas mayores de edad, a quienes utilizaron para limpiar de minas las costas del oeste. Explicado a estos jóvenes en su inicio, como excusa para informar al espectador, el filme nos deja ver el ridículo nazi al minar las playas de Dinamarca pensando que sería por allí donde entraría la ofensiva aliada. Un trabajo arduo que no sirvió para nada, y que una vez el ejército autóctono se hizo con los mapas y documentos que acreditaban el número total de minas en diversos territorios, utilizaron para despejar esas zonas.
En este contexto de 1945, se nos presentan a unos prisioneros abatidos y un sargento maduro danés volcando su ira hacia el invasor, golpeando a su antojo a cualquiera de éstos que le llame mínimamente la atención. Una brutalidad que evidencia desde su prólogo el odio generado por la guerra a lo largo de los años. Y es que este es el halo que subyace a lo largo del filme, la reacción danesa a las heridas de guerra y el papel que juegan estos niños alemanes en la crueldad de la derrota. Algo que se despliega hacia mediados de la cinta, aunque anteriormente se centre más en la tensión propia de las actividades que realizan sus protagonistas. Nos encontramos con un cursillo donde les enseñan a desactivar minas, algo peligroso y cuyo enfoque se centra casi en el thriller, apelando al miedo del espectador, tratando de involucrarlo, y con acierto en la desesperación de quienes no tienen otra opción que jugarse la vida. La misión de despejar una playa de 45.000 minas en tres meses se torna una tarea prioritaria. No obstante, el maltrato del sargento, el rechazo de los lugareños a los soldados germanos (simbolizado en una madre que se alegra de la intoxicación de éstos) y la falta de comida por parte del ejército, entorpecen el ya arriesgado trabajo de esta unidad.
Obligados a desactivar todos los artefactos para poder volver a sus casas, nos encontramos con una fotografía gélida, un vestuario de lo más logrado y una dirección cruda. Algo que acaba perdiendo fuelle a la hora de explorar la evolución psicológica del personaje del sargento, momento además donde los ralentíes o la música empieza a tomar un papel artificioso que rompe la armonía de la cinta. Y es que todo empieza a malograrse con la irrupción de un superior del ejército, un estereotipo antipático que busca humanizar al sargento a base de la comparación. El problema es que el cambio de actitud del personaje se antoja demasiado brusco, tornando a un auténtico animal casi en un confidente o un padre. Algo que vuelve a trastocarse tras un accidente relacionado con la detonación de una mina (previsible, como casi toda la totalidad de las que explotan durante el filme), dejando un carácter bipolar y casi absurdo en el protagonista. Y no porque no se pueda dar, sino por la polaridad de sus sentimientos y sobre todo la ausencia de transición en su actitud hacia estos jóvenes, en ocasiones antojándose demasiado irreal, como si estuviéramos en la cinta (anti)bélica francesa Feliz Navidad (Christian Carion, 2005).
El carácter bienintencionado de las secuencias finales de Land of mine, queriendo mostrar un resquicio de bondad entre tanto sufrimiento, se respira demasiado forzado si se tiene en cuenta el contraste con la virulencia con la que se inicia la película, queriendo abarcar un espectro psicológico que aborda el mal y el bien, y fallando estrepitosamente a la hora de utilizar los engranajes que den coherencia a esta transformación interior.
Muy Buena Gracia