Clara es una mujer que lleva residiendo casi toda su vida en un piso del edificio Aquarius, en Recife, el cual ahora quiere adquirir una promotora para derrivarlo y reconvertirlo en un nuevo bloque. Pero Clara no quiere vender y marcharse de un lugar privilegiado donde ha creado la mayoría de los recuerdos de su vida. Las diversas amenazas no hacen efecto en ella, ya que ha pasado por cosas mucho peores: un cáncer en plena juventud, que le ayudó a valorar más la vida, pero al mismo tiempo generó cierto rencor por parte de sus hijos, que se sintieron abandonados.
El cine brasileño, influido por la crisis política interna, vive una etapa de esplendor que incluso poco a poco va llegando a las pantalla de nuestro país, como es el caso de El lobo dentrás de la puerta (Fernando Coimbra, 2013), Boi Neon (Gabriel Mascaro, 2015), A primera vista (Daniel Ribeiro, 2014), Una segunda madre (2015), y Madre solo hay una (2016), ambas de Anna Muylaert, e incluso trabajos de animación como El niño y el mundo (Alê Abreu, 2013). Su presencia en festivales internacionales también tiene relevancia (la más reciente, Joaquim de Marcelo Gomes, en la Berlinale). El director militante y crítico cinematográfico Kleber Mendoça Filho introdujo en la Sección Oficial del pasado Cannes su segundo largometraje de ficción tras Sonidos de barrio (2012), de nuevo situado en Recife (lugar de nacimiento del realizador), y una vez más abordando la importancia del espacio y del arraigo al mismo. «Arquitectura y urbanismo pensados para crear especulación y nuevos ricos, olvidando por completo a sus futuros habitantes, y una ciudad, en especial, como resumen de todo un país.» [1]
En el caso que nos ocupa, la libre traducción del título original no queda del todo incoherente, ya que Doña Clara se erige de una manera tan imponente ante las adversidades como edificio que se niega a abandonar. A ello contribuye la fuerza de Sonia Braga, una belleza natural y madura de espíritu joven en un cuerpo mayor, antigua crítica musical con la casa llena de discos, los cuales configuran una banda sonora que va desde Queen hasta temas tradicionales brasileños de Gilberto Gil o Roberto Carlos. Algunas actrices de edad más avanzada han visto recompensadas sus extrensas filmografías con papeles descomunales en el último año; en el propio Cannes, teníamos la reinvindicación de la libertad sexual de Isabelle Huppert en Elle, y de la propia Braga en la que nos ocupa. Su largo pelo, protagonista indirecto de la primera parte de las tres que configuran el relato del filme, es toda una declaración de intenciones, un recordatorio de no volver a perder lo que ella pueda controlar. Mendoça Filho trata el tema de la enfermedad de manera directa y sin sentimentalismos, al mismo tiempo que realiza una metáfora de la destitución de la ex presidenta de Brasil Dilma Rouseff.
Pero es precisamente en las cuestiones sociales donde la película encuentra su punto débil, con mensajes moralistas bastante planos; algo evidente en el personaje del nieto del propietario del Aquarius, un mero arquetipo lleno de tópicos para manifestar la maldad de los especuladores. Al final, Doña Clara no es otra cosa que una historia más o menos convencional de supervivencia ante el inexorable paso del tiempo, de defensa de los valores propios, y de lucha de una persona individual frente a un gigante industrial, con un final potentísimo destinado a contentar a cualquier espectador concienciado con los abusos de las grandes empresas.
[1] http://cine-invisible.blogs.fotogramas.es/2014/06/20/sonidos-de-barrio-o-som-ao-redor-brasil-2012/