Reseña de Daniel Fernández
A finales del siglo XV se empezó a utilizar en Suiza el término Heimweh, ese anhelo por volver a la patria que sólo se siente cuando se está en el extranjero. Un sentimiento que los gallegos han sabido condensar en una palabra mucho más contundente y sentida: morriña, cuando la nostalgia se vuelve insoportable. Es seguramente ese sentimiento de morriña el que acompañó a Stefan Zweig durante el exilio que se vio obligado a emprender por la amenaza nacionalsocialista en 1934. Un periplo que le llevó desde su Austria natal hasta Londres, Nueva York, y finalmente un último episodio en Brasil, que es el que nos relata la directora Maria Schrader a través de un guión que escribió junto a Jan Schomburg.
Stefan Zweig: Adiós a Europa está dividida en cinco episodios claramente diferenciados y donde destaca el actor Josef Hader, muy parecido físicamente a Stefan Zweig, junto a Barbara Sukowa, que interpreta a la primera mujer de Stefan, y Aenne Schwarz como Lotte Zweig, la segunda esposa y principal apoyo del genial escritor durante sus últimos años. A lo largo de estos cinco actos independientes que articulan la película, podemos observar cómo era el mundo en la que el protagonista se desenvolvía, con el justo reconocimiento como uno de los autores más leídos del lenguaje alemán. Encuentros en los que podemos escuchar hasta siete idiomas distintos.
En la película encontramos un binomio entre las tomas en el interior, con una abundancia de tonos grises y pasteles, y de una exuberancia de la naturaleza en los exteriores, donde el protagonismo de la selva y el clima brasileño es recogido por la directora. El filme arranca y termina con un plano fijo. De estas escenas la más llamativa es la que se plantea en el epílogo, ya que su composición nos recuerda al cuadro de las Meninas. Si la intención de Velázquez es la de inmortalizar a las infantas del rey Felipe IV en un momento en el que el pintor está a su vez retratando al matrimonio real (algo que sabemos gracias al reflejo de un espejo situado al fondo de la sala), en esta escena María Schrader nos muestra cómo reaccionan los personajes ante una escena que no nos muestra en ningún momento de forma explícita, pero que podemos intuir gracias a un espejo que al girar nos muestra todas las aristas de la escena, algo que demuestra no sólo un gran respeto por Zweig, sino también la intención de la directora de hacernos partícipes de la escena como espectadores.
Lo más interesante es observar la evolución de Zweig a lo largo del metraje: nos encontramos con un protagonista cada vez más desolado ante el panorama internacional, alguien que contempla cómo esa Europa a la que le ha dedicado su prosa se afana en autodestruirse por segunda vez a lo largo de la Segunda Guerra mundial. Esa impotencia de hacer todo lo que está en su mano, pero que es totalmente insuficiente para poder salvar a otros escritorios judíos del exterminio al que les está sometiendo el régimen nazi.
En conclusión nos encontramos ante una película muy recomendable para ver en versión original y para entender a una de las figuras más relevantes de la primera mitad del siglo pasado. Stefan Zweig fue comparado con Erasmo de Roterdam porque ambos soñaron con una Europa unida en torno a unos valores humanistas que la alejaran de los conflictos y que garantizara un futuro mejor, y que desgraciadamente no bastaron para impedir que la guerra desvaneciera su sueño dos veces. Algo que arrastró al escritor a una melancolía y una nostalgia insoportables por ese mundo de ayer que nunca más va a volver a existir, y que su pesimismo y su miedo le impidieron ver renacer.
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