El Decamerón de Giovanni Boccaccio es una obra literaria cumbre del siglo XIV, constituida por cien cuentos de carácter profano, cuya influencia posterior se ha dejado ver también en el cine, con versiones autóctonas como Boccaccio ’70 (1962), en la que Luchino Visconti, Federico Fellini, Mario Monicelli y Vittorio De Sica dirigían cuatro epiodios basados en los del libro pero adaptados a la actualidad, y sobre todo, la más conocida, la homónima de Pasolini de 1971. Esta repercusión pasó incluso al cine estadounidense con Aprendiz de caballero (2017), que recreaba uno de los relatos, o incluso Woody Allen con A Roma con amor (2012), líbremente inspirada también en algunas historias de la novela.
Los octogenarios hermanos Vittorio y Paolo Taviani, que llevan en activo desde la década de los 60, tras unir su interés por problemáticas de plena actualidad como es el sistema penal italiano junto a la ficción clásica de Shakespeare en su anterior filme, la excelente César debe morir (2012), ahora entran de lleno en su vertiende más tradicional, con Maravilloso Boccaccio, en la línea del cine de época que cada vez se abrió paso con más fuerza en su filmografía.
«A tale from de Decameron», John William Waterhouse (1916) / Fotograma de «Maravilloso Boccaccio»
La película comienza de la misma manera que el libro, con un prólogo en el que se apuntan las crudas y terribles consecuencias de la peste negra, que acabó con un tercio de la población europea. La sobria y ascética ambientación de los Taviani no hace otras cosa que potenciar esta sensación de angustia. Temerosas de la muerte, siete mujeres jóvenes huyen de Florencia con los amantes de tres de ellas, a una villa en el campo. Allí, deciden contar historias para no dar más vueltas a los acontecimientos que les han llevado a esa situación. Esto se traduce en cinco narraciones (ninguna de las cuales repite las nueve de Pasolini, conscientes quizás de la relevancia de aquella obra), donde el amor, la posesión o la obsesión son temas comunes. El filme sabe captar el espíritu propio del final de la Edad Media y el comienzo del Renacimiento, con su carácter humanista y ambiguo en cuanto a la moral y la religión, como en el capítulo del convento, el más divertido del conjunto, manifestando la importancia del sentimiento amoroso por encima de cualquier otra cosa. En este sentido, también nos vamos a encontrar episodios muy trágicos de relaciones imposibles y crisis existenciales.
Tras la fuerza expresiva del blanco y negro en César debe morir, y su contraste con los momentos en color, los Taviani vuelven aquí a jugar con las diferentes tonalidades, desde las transiciones en rojo hasta la inspiración en la pintura de los primitivos flamencos de la época que recrea o los prerrafaelistas del siglo XIX, sus seguidores inmediatos. El encuentro del ser humano con el entorno natural quedó ya reflejado en el cuadro de John William Waterhouse de 1916 sobre el propio Decamerón, del cual la película copia incluso algunos de los modelos de vestuario. Pero si la estética es en primera instancia lo más llamativo del filme, quizás lo que más destaca es la importancia que se le da a la mujer, frente al caracter heteropatriarcal de la obra original. De hecho, en las cinco historias, las figuras femeninas, encarnadas por un joven y solvente reparto donde resulta destacable la presencia de la siempre estimulante Jasmine Trinca (Giovanna en la última episodio), son las que toman las riendas y definen la conclusión de las mismas.
Maravilloso Boccaccio es una fábula de fábulas, cuentos dentro de otros como modo de escape de una realidad demasiado debastadora. ¿Y no fue este el propósito primero del propio cine? Sin embargo, la conjunción de distintos medios, que en otras ocasiones a los Taviani les han funcionado la perfección, aquí queda demasiado encorsetada a su procedencia literaria. La teatralidad le impide acabar de soltarse a este, por otro lado cautivador, estudio romántico que ofrece una visión pura y recatada, dejando de lado el erostismo y la picaresca.