En 2013, el octogenario Yoji Yamada realizaba un remake tan respetuoso como profundamente personal de Cuentos de Tokio (1953) en Una familia de Tokio. La contemplativa, profunda y filosófica reflexión que realizaba Yasujiro Ozu sobre los vínculos que unen a padres e hijos y las diferencias generacionales, se transformaban en una tragicomedia realista, fresca y esperanzadora. Ahora, liberado en cierto sentido de las ataduras del maestro japonés (aunque volviendo a recurrir a la temática doméstica que une a ambos realizadores), Yamada rescata al reparto original de aquella versión de hace 4 años en Maravillosa familia de Tokio, una historia nueva en la que el director se decanta por la comedia costumbrista a la hora de retratar la sucesión de uniones y rupturas del excéntrico clan del título.
Una característica fundamental de las propuestas de Yamada es su universalidad; por ello, a pesar de las constantes (auto)referencias (tanto a su filmografía y al final, al propio Ozu) y sus retratos de unas actitudes muy niponas, sus obras acaban resultando accesibles también para el público occidental. En esta ocasión, la familia pasa de vivir separada y lejos, a cohabitar todos bajo el mismo techo. La sofisticación y las apariencias por tanto de los hijos de la ciudad frente a unos padres que vienen del pueblo pero con cierto nivel cultural, aquí se sustituyen por problemas más urbanos de un grupo de clase media. Todo ello creará una serie de tensiones que derivarán en el conflicto principal: la madre y abuela, tras asistir a un curso de escritura y abrir su mente a otras experiencias dentro de las relaciones, le pide el divorcio a su marido, harta de sus irristantes costumbres, lo cual creará un caos en el nucleo familiar.
Con un ritmo mucho menos pausado que el de Una familia de Tokio, la cinta vuelve a dejar en evidencia las diferencias generacionales, expuestas en la secuencia más importante, la de la reunión que tiene lugar en la casa, concebida casi de manera teatral, en la que saldrán a la luz reproches enterrados y silenciados durante años. Yamada acierta de lleno recuperando a un grupo de actores que ya funcionan perfectamente como un conjunto, entre los que destacan Isao Hashizume y Satoshi Tsumabuki, que interpretan al padre y al hijo pequeño respectivamente, precisamente por ser los que hacen los papeles más diferentes con respecto a los que ya realizaron anteriormente. Tsumabuki vuelve a formar además una encantadora pareja con Yû Aoi, dándoles el director un gran protagonismo y, en esta ocasión, siendo los únicos que tienen una historia aislada de los demás.
Maravillosa familia de Tokio es de nuevo una simpática película llena de ternura, en apariencia más ligera, que no aborda temas tan trascendendentales de la actualidad como lo hizo previamente el director; pero, sin embargo, sí que hace un estudio muy realista sobre la vejez, y también, sobre la sumisión de la mujer y sus dificultades para revelarse y saltarse las normas establecidas para vivir en libertad. Para la generación más mayor parece que no hay solución, pero, ¿podrán cambiar algo las más jóvenes? Quizás lo veamos en una, esta vez sí, segunda parte que ya está rodada y ha sido presentada en algunos festivales asiático, con la que Yamada deja de manifiesto que de momento va a seguir muy presente dentro del panorama cinematográfico.