«Just you there, and nobody else, just watching, watch. Do you like watching, Captain?»
Lolita, Stanley Kubrick, 1962
El tercer largometraje de Pedro Aguilera se introduce en los terrenos ya muy transitados en el cine de la relación entre un hombre adulto y una chica joven, pero introduciendo un elemento más provocador: un componente incestuoso en el que Oliver, un director de cine, encuentra en su (media)hermana pequeña, convertida ahora en universitaria y que siempre le ha admirado, su principal objeto de deseo. Aguilera, consciente de primera mano de la vocación de trabajar con una cámara, hace que Oliver la utilice como herramienta extrema para conseguir sus fines. Pero, ¿qué hará Aurora cuando sea consciente de estas intenciones?
Consecuente con su título, el director centra su atención en la mirada, al igual que hacía Kubrick en la versión que realizó en 1962 de la Lolita de Vladimir Nabokov, especialmente en su primera parte. Los ojos de los protagonistas se convertirán en testigos de lo atrayente que hay en una pantalla, tema a partir del cual Aguilera apela directamente al papel del espectador, de una manera muy similar a la del maestro británico en la escena el autocine de la propia Lolita. ¿Por qué no abandonamos la sala si nos sentimos incómodos y nos desagrada lo que estamos viendo? ¿Por qué, al igual que Oliver, no podemos apartar vista de Ivana Baquero? El realizador encuentra en la actriz la perfecta representación de la sensualidad de Aurora, pero sin necesidad de forzarla; lo que la diferencia principalmente de otras jóvenes seductoras es que en ella reside todavía una cierta candidez, la cual sabemos que no podrá mantener. El también atractivo actor Julio Perillán le da perfectamente la réplica a Baquero, ambos interpretando a dos personajes dominados por el instinto más que por los sentimientos.
Ivana Baquero, Demonios tus ojos / Sue Lyon, Lolita
La narración pasa de los 4 tercios al formato ovalado en los momentos en los que Aurora es vigilada; es la forma redondeada del proyector, un ojo acechante (de nuevo encontramos reminiscencias kubrickianas en su impasibilidad con el Hal 9000 de 2001. Una odisea del espacio -1968-) que convierte automáticamente la pantalla en un instrumento erótico para desfogar esa obsesión sexual. Sin embargo, al contrario que en fábulas posthumanistas como Videofilia (y otros síndromes virales) (2015), de Juan Daniel F. Molero, en la que hablábamos de que la cámara impedía “traspasar la barrera audiovisual e interactuar en persona”[1], en Demonios tus ojos los protagonistas son perfectamente conscientes de sus necesidades físicas, entregándose a una corporalidad que nada tiene de artificial, automática o de ínfulas modernas, pese a los elementos vintages (como el tocadiscos), que le confieren a la pelicula un aire atemporal.
Hay sin embargo en el filme algunas situaciones, sobre todo en las que se refieren a las relaciones adolescentes, en las que la falta de credibilidad (como ocurría en la recientemente estrenada Amar -2017-, de Esteban Crespo, cuesta reconocer como real ese mundo en el que se mueven los jóvenes) afecta a la coherencia general que necesitaría una historia tan intensa como esta. Pero a pesar de sus altibajos, Demonios tus ojos nos presenta un potente juego a dos, enfermizo y nada complaciente, en el que mirar y ser mirados se manifiesta como un acto de perversión de la última inocencia, entrando así en una espiral en la que no se sabe quién es más retorcido ni quién manda sobre el otro.
[1] PÉREZ DELGADO, Sofia “Transformación inherente”, crítica Videofilia (y otros síndromes virales) http://www.tierrafilme.com/2015/07/atlantida-2015-seccion-oficial-iv-stand.HTML