«Ay de mí, que transformé la energía en poder»
Dentro del 19º Festival de Cine Alemán nos encontramos con el interesante ciclo überAll, que trata sobre ciberpunk y ciencia ficción, y ha sido inaugurado con la película de 1920 y perdida durante décadas Algol – Tragedia del Poder, de Hans Werckmeister, que pudimos ver en una versión magníficamente restaurada. Dividida en un prólogo y cuatro actos, la estructura operística de este filme nos narra una nueva revisitación de Fausto, con un pobre trabajador que hace un pacto con el diablo para convertirse en el dueño del mundo. Inscrita dentro del expresionismo, especialmente en su iluminación y actuaciones, pero también aludiendo a la arquitectura constructivista en su ambientación, Algol es precursora de cintas tan fundamentales como Metrópolis (1927), en su tratamiento de las distintas clases sociales, y de los obreros revelándose contra los altos cargos que les oprimen, aunque en este caso está ambientada en un hipotético pasado en lugar de en el futuro, como ocurría en la de Fritz Lang.
Pero si hay un protagonista de esta edición del Festival, ese es Florian David Fitz, que ha estado en Madrid con motivo de su presencia en dos de las películas que se proyectarán: la obra interactiva Veredicto, y El día más hermoso (Der geilste Tag), que protagoniza junto a Matthias Schweighöfer. Hablamos de dos de los actores más atractivos (sin entrar en términos físicos, sino por la simpatía que ambos despiertan gracias a su carisma) de la cinematografía alemana actual, que además se han introducido en el ámbito del guion y la dirección. Schweighöfer se ha dedicado a seguir la estela de Til Schweiger (con quien trabajó en Un conejo sin orejas -2007- y su secuela Sobreviviendo al amor -2009-), con comedias románticas igualmente fallidas como Todo un hombre (2011) o Rupturas por encargo (2013). Por su parte, Fitz obtuvo un considerado renombre como guionista por su texto en Vincent quiere al mar (2010), cinta bienintencionada y bastante tópica. Juntar a ambos intérpretes en una película supone tanto un éxito asegurado como, vistos los precedentes, también cierto grado de desconfianza.
El día más hermoso, que en nuestro país se puede ver online en Movistar+, seguiría la línea de los filmes mencionados, algo más inspirado en sus bromas, pero igualmente cortado por un patrón muy reconocible: el de uno historia reconocible aderezada con gags de humor grueso y físico, pero con una moraleja didáctica y emocional. En esta ocasión es Fitz quien firma su segundo largometraje tras las cámaras, así como el guion, sobre dos hombres jóvenes enfrentados a enfermedades terminales. Decididos a realizar el viaje de sus vidas antes de que éstas se terminen, uno descubrirá su fortaleza y el otro sus debilidades. Conocedores ya de la dinámica de la road-movies (Schweighöfer en la estupenda Friendship -2010-, y Fitz con la mencionada Vincent quiere al mar, siendo El día más hermoso una combinación de ambas), los protagonistas están en su salsa, como era de esperar, con una gran química entre ellos, aunque finalmente es Schweighöfer quien, por las características de su papel, acaba robando más planos. Como tema secundario, Fitz se acerca a la importancia actual que tienen las redessociales, sin ánimo de crítica, pero potenciando el contacto humano como única forma de encontrarse a uno mismo.
La cinta hace sátira irreverente de cuestiones como el suicidio o la muerte (siendo la antítesis de filmes que tratan el mismo tema, como Stopped on track -2011- de Andreas Dresen), o incluso el nazismo, como decíamos ayer que ocurría también en Las flores de antaño. Por tanto, pese a sus problemas, El día más hermoso es un ejemplo importante de consolidación de un nuevo tipo de comedia, que no es ofensiva pero tampoco se autocensura con temas que hasta hace poco eran tabú, y que el cine alemán está llevando a extremos sorprendentes.
También de romper tabúes, en este caso religiosos, sexuales y domésticos, nos hablaba El éxtasis de Sven Taddicken. Basada en la novela de A.L. Kennedy, la película trata sobre Helene, un ama de casa frustrada y con una crisis de fe, cuya relación espiritual con Dios se nos muestra de manera romántica, de forma muy parecida a como lo hacía Ulrich Siedl en Paraíso: Fe (2012). Helene no sabe como enfrentarse a su problema, que se manifiesta como una ruptura sentimiental, hasta que conoce las teorías del doctor Eduard Gluck. El nombre hace un juego de palabras con el título original, Gleissendes Glück, ya que glück en alemán significa «suerte» o «felicidad», que es precisamente lo que ese hombre, también imperfecto con sus complejos y parafilias, le traerá a su vida.
La gran baza con la que sin duda cuenta Taddicken es la participación en la cinta de dos de los grandes nombres del cine alemán, Martina Gedeck y Ulrich Tukur, que consiguen que situaciones que podrían caer en el lado del ridículo por el planteamiento tan cínico y perverso, sean creíbles e incluso emotivas. Y es que la película esconde en el fondo una gran historia de amor entre dos seres rotos (¿o no?) y solitarios que aprenden a curarse. Y sobre todo, se trata de una apuesta realmente valiente por parte del Festival, programando una obra tan arriesgada que, sin duda, no está hecha para contentar a todo el mundo.
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