Tras manejarse con un tono más clásico el pasado año con Frantz (2016), remake de la película de Ernst Lubitch Remordimiento (1932), el prolífico François Ozon vuelve a sus obsesiones voyeuristas y perturbadoras en El amante doble, presente en la Sección Oficial de la última edición de Festival de Cannes. Si hace unas semanas se estrenaba también de la manos de Golem la rumana Ana, mon amour (2017), sobre una mujer depresiva que encuentra en el psicoanálisis la solución a su problema, la protagonista del último trabajo del director francés, aquejada de unos miedos parecidos, sigue el camino inverso: Chloé es una joven que, sesión tras sesión con su psicoterapeuta, se irá enamorando de él, acabando por dejar el tratamiento para iniciar una relación romántica. Pero, ¿serán estos sentimientos suficientes para restablecer ese frágil equilibrio en el que ella se mueve?
Ozon adopta en El amante doble una actitud claramente hitchcockiana, evocando escenas concretas de Sospecha (1941) o Psicosis (1960), unida a la exhibición del concepto del doppelgänger, elemento muy característico del thriller psicológico. La dualidad, en este caso, es un estado mental, a la manera de Dostoyevsky. La sensible mirada de Marine Vacth (que ya vivió junto a Ozon una vida doble sin efectismos ni intrigas en la elegante Joven y bonita -2013-) nos conduce desde una perspectiva tanto visual como genital, por una narración pesadillesca en la que entra en juego la cuestión de la identidad, tan típica en las historias del realizador. Concretamente, se aborda el tema del gemelo malvado, con Jérémie Renier, el actor habitual de los hermanos Dardenne, desdoblándose como si se encontrara frente a un espejo perverso. Un juego que, unido a los interiores de opresivos pasillos y puertas cerradas, emula a Roman Polanski o al Aronofsky de Cisne negro (2010). Pero, en oposición, y de forma coherente con la duplicidad de todos los aspectos de la cinta, los grandes ventanales dominan casi todas las escenas, dando a entender que no hay nada privado ni que pueda ocultarse; en el cine de Ozon, la intimidad ya no existe.
Estamos ante un filme carnal y físico, con una saludable falta de autocensura, haciendo gala de un erostimo algo tosco y de una desinhivición sorprendente. Pero es precisamente su explicitud (no solamente en el tema sexual) lo que echa a perder el misterio y cualquier sorpresa del relato, cuyos giros y descubrimientos son tan rocambolescos que se ven venir de lejos y provocan más momentos humorísticos de los que probablemente se pretendían, dando un resultado obvio pese a su apariencia compleja.
El amante doble es una película demasiado referencial, a pesar de tener características propias de Ozon; principalmente, que es un trabajo tan imperfecto como suele ser habitual dentro de su filmografía. El realizador también vuelve a explorar la sexualidad femenina en relación a sus instintos genésicos y confrontándola con la maternidad. Una obra esquizofrénica, enmarcada por la inquietante banda sonora de Philippe Rombi, con suficientes elementos como para resultar fascinante, pero que opta por un exceso, acabando por desbordarse y caer en el lado de lo desagradable y lo grotesco.