La filmografía del director Darren Aronofsky se caracteriza, entre otras cosas, por la obsesión neurótica de sus protagonistas, y la introducción más o menos evidente de temas religiosos, dentro de ambientes pesadillescos reales, metafóricos o generados por mentes perturbadas. En este sentido, su último trabajo, madre!, sería una coherente continuación de Cisne negro (2010) y Noé (2014). La película se desarrolla en un espacio único, una enorme casa en medio de la nada que, como organismo vivo, impone su presencia y su propia personalidad a sus habitantes. Estos son un matrimonio en el que, desde el comienzo, se intuye una relación turbia que no acabamos de discernir, ya que no queda claro cómo estas dos personas tan diferentes han podido acabar juntas, ni cuales son sus sentimientos y motivaciones. Ella, mucho más joven que él, parece cómoda con ese aislamiento autoimpuesto, el cual le permite volcarse en hacer feliz a su marido, siendo cualquier presencia extraña en el lugar en el que uno debería sentirse más protegido una molestia imprevista.
Si en muchos thrillers psicológicos y películas de terror, el miedo se genera a través de la soledad, la diferencia de madre! es que aquí es la gente la que crea el caos y desestabiliza el (frágil) equilibrio de la pareja. Nos encontramos de este modo ante una de las obras cinematográficas más antisociales que se han visto, y esa desconfianza la relaciona directamente con el cine de Roman Polanski, concretamente con La semilla del diablo (1968) y el tema de la gestación insólita. Pero por otro lado, el trabajo de Aronofsky sería lo opuesto del filme de Polanski: si allí se hablaba de la concepción del hijo del mal desde la racionalización, aquí estamos hablando del nacimiento del vástago de Dios desde el efectismo.
¿Es, por lo tanto, la protagonista a la que interpreta Jennifer Lawrence, la reencarnación de la Virgen María? Su abnegación y su amor así parecen demostrarlo, pero nada es tan evidente en la cinta de Aronofsky. Si ya en Noé el realizador utilizaba al personaje para hacer un repaso resumido del Antiguo Testamento, aquí sus ambiciones van más allá, abarcando en su segunda parte toda la historia bíblica, con menos luces que sombras y barbarie, cuyo desarrollo se entiende como un proceso cíclico, sin principio ni final, que tiende a repetir sus propios errores. Esto queda de manifiesto en un clímax que, en su exceso a la hora de mostrar la peor cara del ser humano, recuerda al de la criticada High-Rise (2015) de Ben Weathley. Si se hablaba de La Pasión de Cristo (2004) de Mel Gibson como una película gratuitamente sádica, no estamos aquí muy lejos de esa falta absoluta de contención en favor de la violencia, que no tiene miedo al ridículo. Que en un filme que abusa de este modo de todo lo que tiene a mano no se utilice música más que en los créditos finales, es motivo tanto de desconcierto como de agradecimiento.
Aronofsky utiliza todo lo anterior como excusa para hablar del sometimiento de la mujer desde el principio de los tiempos. Como es habitual en su filmografía, los personajes femeninos, dentro de su importancia fundamental, nunca pueden gozar de libre albedrío ni independencia, y si lo intentan, pagan las consecuencias. En este caso, cuando la protagonista consiga superar su frustración sexual y maternal, ésta quedará sustituida por el sufrimiento, el sacrificio y, finalmente, la entrega de todo lo que se posee. Aronofsky contribuye además a la recuperación este año de una actriz tan mítica como Michelle Pfeiffer, que destaca sobre todo un reparto que hace creíbles las situaciones más extravagantes, especialmente unos Lawrence y Javier Bardem puestos al límite.
Si en su trabajo anterior, Aronofsky quería dar un sentido más terrenal a un pasaje religioso, ahora parte de una base realista para desplegar todo un imaginario alrededor de cuestiones espirituales, teológicas y sociales, que quedan sin embargo solapadas por la espectacularidad y la obviedad visual; y si bien ésta última siempre había sido una característica propia del director, aquí está llevada hasta extremos risibles, que probablemente son más conscientes de lo que pueda parecer. madre! es una obra con la misma falta de intimismo y de privacidad de las que nos habla su relato, y que podría entenderse como la cumbre de un cineasta totalmente libre, al margen de convencionalismos y de gustos mayoritarios.