En Tenemos que hablar de Kevin (2011), la directora escocesa Lynne Ramsay analizaba la raíz del mal en el ser humano a través de una madre que ve como su hijo, desde la misma niñez, desarrolla instintos psicopáticos. Su último trabajo, En realidad, nunca estuviste aquí, uno de los grandes triunfadores del pasado Festival de Cannes, donde ganó mejor actor y mejor guion, podría parecer al mismo tiempo una evolución del personaje de Kevin, aunque también todo lo contrario: el protagonista es un hombre con problemas mentales, veterano de guerra, un ser al margen, pero que llena su vacía existencia castigando físicamente a aquellos que practican la explotación sexual. La película, poco encasillable en un género concreto, pasa del drama familiar al thriller psicológico y con toques políticos, todo ello envuelto en un trasfondo espiritual dominado por la muerte, elemento siempre fundamental en la filmografía de Ramsay.
Joaquin Phoenix en «En realidad, nunca estuviste aquí» (2017) / «Puro vicio» (2014)
Al principio, esta adaptación de la novela corta de Jonathan Ames en la que Joaquin Phoenix conduce casi en solitario con excentricidad la narración, acompañado de la música de Jonny Greenwood, puede parecer que nos va a trasladar de nuevo al universo de Paul Thomas Anderson en Puro vicio (2014), pero nada más lejos de la realidad: de la soleada California setentera al gris Nueva York actual, la experiencia psicodélica que en la de Anderson era la razón de ser de el propio relato, en En realidad, nunca estuviste aquí se manifiesta de una manera menos evidente, en esa perturbación del caracter de un personaje que carece de empatía, hasta que recibe el encargo de un político de rescatar a su hija, Nina, secuestrada por una conocida red de altos cargos que abusa de menores. Phoenix, como sabemos siempre competente, aquí sufre una transformación corporal que, junto a su comportamiento, le confiere un aspecto casi animal.
En este sentido, nos encontramos ante un filme que une lo físico y lo poético de una manera extraña, resultando el uso de la violencia explícita (ya que la mayoría de las veces queda fuera de campo) algo gratuito. La sugestiva dirección de Ramsay es además interesante pero reiterativa: por ejemplo, la brillante escena del primer rescate de Nina, utilizando diferentes puntos de vista a través de cámaras de vigilancia, queda deslucida cuando más adelante se repite prácticamente igual, incluso utilizando la misma canción de fondo. La película sale incluso ganando cuando muestra sin miedo sus referencias, como evidencian algunos momentos casi copiados de Psicosis (1960), de la cual también se vale la realizadora para volver a poner en el punto de mira una turbia relación materno-filial.
El guion en Cannes parece un premio un poco grande para una típica historia de un hombre que busca hacer justicia por su cuenta, y su inevitable encuentro con un personaje (femenino) que cambia completamente su manera de entender el mundo. En este sentido, no es extraño que se pueda relacionar En realidad, nunca estuviste aquí con filmes de venganza como The Equalizer (2014), aunque Ramsay, que huye de la acción para dar prioridad al enfoque estético y al tono introspectivo, establece la gran diferencia con obras como la de Antoine Fuqua en el hecho de que no hay redención posible para el “héroe”. En una sociedad como la estadounidense, indiferente ante la violencia y la demencia imperante, este outsider solo puede limitarse a sobrevivir como un fantasma, hasta que le llegue el momento de enfrentarse a sus actos.
Pingback: El sacrificio de un ciervo sagrado (The Killing of a Sacred Deer, 2017) | La película del día