El particular universo del autor griego Yorgos Lanthimos inscribía desasogantes e insólitas historias con sorprendentes desarrollos dentro de un contexto más o menos realista. Pero su paso al cine anglosajón con Langosta (2015), le introdujo al mismo tiempo también en el terreno de lo fantástico, lo cual puede llevar al riesgo de crear una sobresaturación de extravagancia en su análisis del mundo contemporáneo. En su último filme estrenado, El sacrificio de un ciervo sagrado, Lanthimos vuelve a acercarse al ámbito de la crisis del modelo familiar tradicional, que ya exploró en su claustrofóbica Canino (2009), centrando su interés en un acomodado matrimonio de doctores con dos hijos que son atacados por una terrible maldición.
Ganadora del premio al mejor guion en el último Cannes (ex aequo con la también estrenada la semana pasada En realidad, nunca estuviste aquí de Lynne Ramsay), El sacrificio de un ciervo sagrado da la vuelta al típico thriller de obsesión y acoso al enfentar razón a superstición, la medicina a la hechicería, buscando infructuosamente encontrarle una lógica a la deshumanización imperante. De este modo, de nuevo aquí la actitud de personajes va a ser hierática, incluso adoptando en inglés el tono sin acento del idioma griego, potenciándose así la indiferencia y del proceso de mecanización de los sentimientos. Como siempre, Lanthimos pone a prueba la resistencia del espectador, aunque en este caso de una manera más obvia, visual y física que psicológica. No hay más que ver el primer plano, que revela una estética violenta y nada complaciente, al igual que ocurre con una banda sonora compuesta por temas clásicos de Bach o Schubert, pero en la que sobre todo destacan las disonancias generadas por Gyorgy Ligeti entre otros, aunque su utilización para crear tensión ambiental es excesivamente brusca y descriptiva, creando el efecto contrario al terror buscado.
La aparición de Ligeti no es en absoluto casual en un filme que podría interpretarse casi como un frío homenaje a Stanley Kubrick (que consiguió que el compositor húngaro se convirtiera en otro protagonista más de sus películas), a quien Lanthimos emula en sus planos cenitales y en sus travellings por largos pasillos, así como con la presencia de Nicole Kidman, que parece salida directamente de Eyes Wide Shut (1999) en una evolución lógica de casi 20 años, aunque el malsano acercamiento a la sexualidad anula completamente en este caso cualquier tipo de erotismo. Kidman eclipsa a un eficaz Colin Farrell, que repite con el director tras Langosta, y a los descubrimientos más jóvenes, Barry Keoghan, convenientemente desagradable y siniestro (más que el resto del reparto, que ya es bastante decir), Raffey Cassidy y Sunny Suljic.
Con un aire de tragedia griega, El sacrificio de un ciervo sagrado es una fábula perversa sobre la justicia y la venganza que acaba desembocando en una gran broma que se le va de las manos a Lanthimos y que no sabe como rematar. De hecho, su cerrada conclusión incluso decepciona en contraste con sus habituales finales crípticos, que generan aún más preguntas. En este caso, nos encontramos ante su experimento menos hermético y, quizás por ello, más vacío, un ejercicio pretencioso y arbitrariamente anómalo que deja completamente fuera y que no provoca nada, ni siquiera controversia.