Hace un tiempo hablábamos, con motivo del estreno de Oleg y las raras artes (2016), de que un documental debe, para destacar por encima de la media, ofrecer algo arriesgado y con identidad a nivel narrativo o estético, al margen de lo carismático que pueda ser su personaje principal. Sin embargo, parece que no se habla de otra cosa que de este último aspecto al hacer referencia a Muchos hijos, un mono y un castillo, el primer largometraje del actor Gustavo Salmerón: un laborioso retrato de su excéntrica madre, Julita, rodado durante nada menos que 14 años, que no ha dejado de recibir elogios desde su presentación y triunfo en el último Festival de Karlovy Vary.
Julita afirma varias veces durante el filme que éste no va a interesar a nadie. ¿Qué público va a querer ir al cine a ver la vida de una señora corriente y desconocida? Hasta cierto punto, su afirmación tiene sentido: para que estas historias tan íntimas y personales puedan llegar al espectador, éste tiene que conectar con la protagonista, como ocurría en Carmina o revienta (2012). Pero si en aquella, Paco León, que también descubrió en su madre un personaje monumental y un potencial de actriz sorprendente, jugaba con la ficción transformada en documental, aquí Salmerón cuenta la historia desde la realidad, y, pese a que en ocasiones se nota la elaboración detrás, Julita va a ir sorprendiendo con sus anécdotas incluso a su propio hijo durante el rodaje. Esto consigue momentos sin duda divertidos, pero la verborrea y la pasión que esta mujer siente por las cosas materiales acaban resultando cargantes.
Salmerón no solo hace un homenaje a su madre, sino también a su padre y sus cinco hermanos, narrando el pasado a través de videos caseros y fotos, y el presente mediante las imágenes y los testimonios que él mismo graba. De este modo, como en una de las mejores películas españolas del año, Converso (2017) de David Arratibel, la exposición pública de los problemas de una familia, a través del cine, logra la reconciliación y la unión de los miembros, estableciéndose entre ellos una comunicación que no podría entenderse de otra forma. Al mismo tiempo, la cinta le vale a Salmerón para crear un paralelismo con España, desde la Guerra Civil hasta la crisis económica. También las ideas del matrimonio, una pareja de nuevos ricos que se trasladan a vivir a un castillo, (donde acumulan cosas sin ningún tipo de filtro, hasta que deben abandonarlo por no poder mantenerlo), y que se manifiestan abiertamente de derechas, van cambiando tras los golpes de la vida y los distintos derroteros por los que transita el país.
Al final, Muchos hijos, un mono y un castillo es más interesante como acercamiento a la vejez, parecido al que Hermes Paralluelo hacía a sus abuelos en No todo es vigilia (2014), siendo la pérdida del gran inmueble una manifestación del deterioro físico de los padres de Salmerón, ya octogenarios cuyo único objetivo es mantener vivos los recuerdos, ya sean físicos o mentales. Pero siempre desde una mirada positiva, quitándole trascendencia y corrección a temas como el de la muerte de una manera bastante saludable.