El pasado mes de Septiembre, en el Festival de San Sebastián, Anahí Berneri se convirtió en la segunda directora ganadora del premio a la Concha de Plata en el certamen, tras la china Xu Jinglei por Carta a una mujer desconocida en 2014. La realizadora, que ya había estado presente en la Sección Oficial del Festival con anteriores trabajos, Encarnación (2007) y Aire libre (2014), ahora puede presumir de estrenar en cines la película más premiada en en la última edición donostiarra, Alanis. El título viene del pseudónimo de María, una prostituta que intenta sobrevivir con su hijo en el ambiente hostil de Buenos Aires, cuya historia comenzó como un corto que poco a poco Berneri vio imprescindible convertir en un largometraje. Gracias a ello, el filme acaba resultando un trabajo enfocado a remover la conciencia colectiva, integrado dentro de esa tendencia cinematográfica conocida como «necesaria».
En su línea de escoger en su filmografía a artistas populares o venidos de otros medios, Berneri le otorga el papel principal a Sofía Gala, también ganadora del premio a la Mejor Actriz en San Sebastián, que viene más del teatro y la televisión, y cuya polémica figura pública se manifiesta en la soltura con la que se sumerge y desarrolla su personaje. Formando pareja con su propio hijo de año y medio, nos encontramos ante una de las máximas exposiciones personales que nos hemos encontrado en la gran pantalla, más aún en ficción. Gracias a ello, Alanis desafía, como ya lo hacía este año Sebastián Lelio en Una mujer fantástica, los roles de género establecidos: en primer lugar, el de la maternidad púdica e íntima (las críticas que reciben las mujeres que dan el pecho en público, aquí quedan completamente enfrentadas), o incluso, llevado al extremo, los problemas de la conciliación laboral. También, al igual que ya hiciera la directora en Por tu culpa (2010), deja que el espectador tenga su opinión propia dentro de una estructura en el que las madres deben someterse a la mirada juzgadora de los demás.
Visualmente, Berneri opta por encuadres no convencionales para evidenciar el carácter físico de la cinta, en el que muchas veces se centra más en cuerpos que en rostros (de hecho, tardamos bastante en verle el mismo a Alanis directamente). Este punto de vista sirve además para potenciar un tono sórdido, que en su último tramo llega a su punto álgido, en contraste con la luminosa y natural relación de Alanis con su pequeño hijo.
En Alanis no hay lecciones vitales: la protagonista, con una fuerte personalidad que le lleva a tomar la respetable (aunque quizás sorprendente) decisión de no cambiar de profesión, acaba igual que empieza. Todo el periplo intermedio sirve para desarrollar el relato y para enfocar la denuncia social hacia ese sistema que fomenta una actitud de que no permite que los individuos aspiren a más, más aún en el caso de las mujeres.