La era de la tecnología ha dado a los jóvenes talentos nuevas salidas para sus trabajos, alejadas de las salas comerciales y de la distribución convencional, que (en general) no favorece a los nombres nuevos, como puedan ser la exhibición online (recordemos los casos de Diamond Flash -2011- o Carmina o revienta -2012-), o la financiación mediante el crowdfunding (uno de los ejemplos más logrados sería el de Stockholm -2013-). Una combinación de estos nuevos procedimientos fue El cosmonauta (2013), la primera película en nuestro país financiada gracias a la colaboración voluntaria a través de internet de 4.500 personas. Una respuesta excelente para este proyecto transmedia impulsado por Nicolás Alcalá, el director y guionista, Carola Rodríguez y Bruno Teixidor, por entonces tres estudiantes de Comunicación Audiovisual. El filme de ciencia ficción sobre la carrera espacial rodado en inglés en Rusia y Letonia, era solo una parte de un engranaje mucho más amplio, compuesto por 36 cortometrajes y un libro que desarrollaban el relato.
El cosmonauta se estrenó el 17 de Mayo de 2013 a la vez en cines, DVD, televisión e Internet (recompensando a aquellos que habían ayudado a realizarla con una visualización lo más libre posible), pero, seguidamente, cayó rápidamente en el olvido. ¿Qué ocurrió? Tres años y medio después, el documental Hard as indie, dirigido por Arturo M. Antolín, da respuesta a esta pregunta, mostrándonos una especie de making of del rodaje de la cinta, que incluso se podría entender en un principio como homenaje al equipo que lo llevó a cabo. Sin embargo, pronto van a aparecer en la narración más sombras que luces dentro de un proyecto que quería venir a cambiar (con un espíritu algo naif) la manera de entender el cine hasta entonces, pero que realmente, ya fuera por juventud o un exceso ambición, tuvo problemas desde el primer momento.
En Hard as indie se entrevista a todos aquellos que colaboraron en los distintos pasos de la elaboración de El cosmonauta (con Alcalá, Rodríguez y Teixidor como protagonistas), los cuales analizan los avatares de un proceso que desde el principio, afirman sin dudar, les vino grande. El primer golpe duro fue que, unas semanas antes de empezar el rodaje, la productora que iba a aportar la mitad del presupuesto de la película, en la que confiaron sin contratos, se retiró del proyecto. Por ello, hubo que recurrir a la campaña “Save The Cosmonaut”, a través de la cual se llevó a cabo la propuesta de producción colectiva de la que hablábamos al comienzo, y que sacó la cinta adelante. Esto sin embargo no impidió las complicaciones inevitables de un rodaje difícil, debido a la falta de comunicación generalizada. Antolín muestra multitud de imágenes de archivo que no ocultan los contratiempos de la filmación, solo solventados por las borracheras y fiestas del equipo, sin las cuales, declaran, no hubiesen podido hacer frente a un cúmulo de incidencias que iban desde la misma meteorología hasta enfrentamientos con un reparto que no veía satisfechas sus expectativas.
El actor Max Wrottesley incluso acusa directamente a Nicolás Alcalá de haber tenido una actitud dictatorial, algo que comparten todos los miembros del equipo, incluidos Rodríguez y Teixidor, y que concluye en el famoso incidente del curriculum (el de un joven que, en nombre de todo el colectivo, fue contestado por parte de Alcalá de forma despectiva). Este espinoso tema en Hard as indie no solo no se esquiva, sino más bien al contrario, se toma como elemento fundamental de todo ese halo negativo que rodea a El cosmonauta, provocando la ruptura definitiva de un grupo ya casi disuelto. Se agradece que el propio Alcalá hable en el documental de ello, aunque al mismo tiempo busca constantemente justificarse, o compartir la culpa de lo que sucedió. Ante ello es necesario cuestionarse de nuevo sobre si el arte, la ambición y el talento justifican el despotismo y la falta de humildad.
Ante este cúmulo de cosas negativas (incluso los aspectos que estaban bien organizados salieron mal, como no poder rodar en Star City aún teniendo los permisos, debido al rechazo a la película y a su credibilidad por parte del cosmonauta Alexéi Léonov) resulta increíble que el resultado final fuera más que reivindicable… al menos desde fuera: la narración no lineal de tono poético que vemos fue más por necesidad en montaje y postproducción de condensar todo el material (ya que se rodaron en total nada más y nada menos que 140 horas), que por decisión propia, lo cual no dejó satisfecho a gran parte del equipo. Otro gran fallo de El cosmonauta vino así de convertirse en una película de autor, cuando sus propios artífices confiesan que ni siquiera ellos la concibieron así. Finalmente, aunque no menos importante, una serie de problemas legales en cuanto al tema de los derechos dejó sin exhibición a la obra que se suponía que se iba a convertir en el futuro de nuestro cine.
Hard as indie muestra la cara oculta que hay en todo trabajo audiovisual, algo que resulta de lo más interesante hasta para aquellos que no hayan visto El cosmonauta. Un ejercicio de sinceridad tanto detrás como delante de la cámara, en torno al hundimiento de un, visto en retrospectiva, proyecto casi imposible, reflejado en su fracaso por no venderse correctamente ni entenderse de manera externa. Pero, sobre todo, un recordatorio de lo fundamental, por encima de cualquier arte, del factor humano que inherente al mismo, sin el cual el mecanismo creador no puede funcionar.